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LA PUEBLA DE CASTRO: EVOCACIONES DE UNA FOTO DE 1.934

La Puebla de Castro en los años previos a la guerra civil,
las campanas de la torre y
La Macaria, la bruja del pueblo.
      

Autor del artículo: Antonio Torres Rausa

Artículo publicado en el “Diario del AltoAragón”,  domingo 10 de Noviembre de 2002




La diferencia de una foto y de un vídeo, es que la foto fija en su memoria muchos momentos que uno puede ir viendo cuánto más la mira, mientras que un vídeo se acaba en la actualidad de su movimiento, como una eyaculación precoz. La foto que presentamos fija muchos momentos importantes de la vida de La Puebla de Castro, desde el 1.934, en que fue capturada por Eugenio Cama con su primera cámara fotográfica, hasta los años cincuenta en que desaparece La Macaria, la gran bruja de La Puebla de Castro.

Fuente del Portal. La Macaria a la izquierda.
Detrás, la torre con las antiguas campanas.
Foto realizada por: Eugenio Cama. Año 1934
La Macaria aparece entre hombres con ganas de subvertir el orden social, uno de ellos encaramado impúdicamente en el tejadillo de la fuente... Al fondo, la torre de la iglesia con las soberbias campanas que serán objeto de desacuerdos entre el cura y las fuerzas laicas (entonces anticlericales) del pueblo. Al final, como las campanas, todo quedará hecho añicos en Julio de 1.936.

La actitud revolucionaria y anticlerical de gran parte del pueblo, ó al menos de los que más ruido hacían, queda bien patente en la correspondencia que cruzan el Obispo y D. Manuel Arnal, cura de La Puebla desde el año  1.927 hasta Julio del 36, en que fue prendido y asesinado después de una penosa cacería por los tejados de la abadía. Pero la cacería, como digo, ya venía de mucho tiempo atrás. El 29 de Julio de 1.934, D. Manuel escribe una carta al obispo de Barbastro de la que entresacamos los siguientes párrafos:

Vea de nuevo otro anónimo más atrevido y más sucio que el anterior... y ya no ocultan que son tres jóvenes que se han empeñado en desbaratarlo todo con su matonismo. He de manifestarle que desde el día que retiré el Sacramento (hace más de un mes) no he estado más a celebrar la Santa Misa... El último día que estuve en ese pueblo me vi obligado a llamar la atención a un vecino con el pretexto de tener arrendada una pequeña parcela de la casa rectoral, y que antes servía de jardín, se aprovechaba para tener los cerdos en deterioro de las paredes de la Abadía, prometiéndome los retiraría porque ya comprendía que no era aquél lugar a propósito para tener una piara de puercos... Nunca pude soñar en cosas tan fuera de tino”.

En otra carta de fecha 27 de Febrero de 1.935, el mismo sacerdote, que por lo que se ve ya había regresado a La Puebla, le escribe al Excmo. Sr. D. Nicanor Mutiloa, Obispo de Barbastro, la siguiente carta:

Muy amado en Cristo: No puedo sufrir por más tiempo el abuso de poder (a mi entender) que viene cometiendo en mi desdichada parroquia por parte de la autoridad civil, y voy a ver si con la ayuda de V.E. logro corregirlo. En el día de hoy ha tenido lugar un enterramiento civil, uno de los muchos que se vienen haciendo, hasta el punto que si esto no tiene pronto remedio por demás habrá sacerdotes en este pueblo y me veré obligado a pedir el traslado por no vivir entre fieras; y digo esto porque la mayoría de los casos, tanto en matrimonios como en enterramientos, ya se hacen civilmente, y los niños quedan sin bautizar, habiendo madres que han consentido ver morir a sus hijos después de algún tiempo nacidos, sin bautizar; y como digo, pues, ha tenido lugar un enterramiento civil y tanto en éste como en los dos casos anteriores han hecho uso de las campanas constituyendo esto una burla ó escarnio para la misma Iglesia y para el sacerdote; ya no digo que la víspera por la noche se publicó un pregón con permiso de la autoridad anunciando el enterramiento civil; voy solamente al uso de las campanas. ¿Puede la autoridad civil mandar tocar las campanas para dichos actos?...Mucho le agradecería interpusiera su influencia para ver de corregir estos abusos, porque me encuentro sólo, nadie hay en el pueblo que saque la cara por las cosas de la religión ni por el cura, y en esta situación de abandono, de burla y de desprecio se hace imposible la vida...

A esta dramática carta, el Obispo de Barbastro, le contesta el 4 de Marzo, a máquina de escribir y sin firmar, el siguiente escrito, tan prudente como escolástico.

Muy amado Rvdo. Sr. C.P. de La Puebla de Castro
(La carta empieza con puntos suspensivos) “.........No veo claro en su carta del 27 de febrero último si el toque de campanas en esos entierros civiles es ordenado por el alcalde ó por los particulares. Y si por éstos, si están autorizados positivamente por el alcalde ó más bien amparados por la abstención de ejercer su autoridad para impedirlo, como debiera hacerlo. El caso varía, y claro que las medidas a tomar deben variar también. Dígamelo ante todo......” (los puntos suspensivos son el final de la carta)

Como se ha dicho, cura y campanas quedaron hechas trizas en Julio del 36. Del cura, Don Santos Lalueza escribió una pequeña biografía en el libro titulado “Mártires de la Iglesia de Barbastro” De las campanas, reproduzco lo escrito por el Dr. D. Manuel Clemente Cera, médico residente en Barcelona, erudito e hijo de La Puebla.

“En el libro denominado De statu animarum había una página, escrita a mano con preciosa letra redondilla, que bajo el epígrafe “inauguración de las campanas”, decía:

En el día de hoy, después de la Santa Misa, se han bendecido las campanas que han fundido y colocado en la Torre la Casa “Hermanos Menezo” de Santander. Se les ha puesto los nombres de de San Román, Santa Bárbara -titulares de la parroquia-, Santa Catalina y Santa Orosia -la más pequeña- que se llamará vulgarmente la de las doce.
En el bronce estaban grabados los nombres del alcalde y el párroco de la Puebla por aquellas fechas. La gente está de fiesta y los mozos cantan por las calles: “Campana de San Román -doscientas arrobas de peso- de las cuatro la más gran, que nos ha fecho Menezo
Por tradición oral, sabemos que era el juego de Campanas más importante de la Diócesis, si exceptuamos la que tiene la Torre exenta de la catedral de Barbastro. Siguiendo las mismas fuentes de información, las dos campanas mayores se fundieron en la Plaza Mayor, con una aleación de los metales cobre y estaño, con una pequeña porción de plata.

"La Valera" de la Seo de Zaragoza.
 Diametro 167 cm, altura 135 cm.
 Autor de la foto: Gerardo Añon

Catedral de la Seo de Zaragoza.
Autor de la foto: Ángel Jimenez
La campana de más peso y voz era la de San Román, semejante a la que existe actualmente en la catedral de La Seo de Zaragoza denominada La Valera; porque sólo se toca el día de San Valero.

.... Ante los deseos de los vecinos pueblenses de que sus campanas se oyesen a larga distancia por los pueblos de la comarca, el campanero fundidor le manifestó que el buen timbre y la sonoridad dependían de la cantidad de plata que llevasen. Se cuenta que las mujeres echaron al fuego que derretía cuanta plata tenían en sus hogares: cubiertos, bandejas, pulseras, anillos... consiguiéndose el deseo apetecido; las campanas se oían a varios kilómetros de distancia...

La fundición de las campanas debió ser anterior al 1.777, ya que en esta fecha “El lucero de la Colegial de La Puebla de Castro” ya menciona a las dos más grandes que “el capítulo debe levantar en los entierros de primera mano”. Desde entonces hasta el 1936, el pueblo conservó las mismas campanas, reparó en una segunda fundición en 1.863 la más grande, escuchó los mismos tañidos para las distintas circunstancias, el toque rápido de incendio y el lento y solemne de difuntos. Pero ¡qué percepciones tan distintas las de una y otra época!

La Macaria que yo he conocido no es la treintañera de la foto, sino la veterana de los años cincuenta, toda una señora bruja: corpulenta y poderosa, ancho culo y grandes tetas, cabeza erguida y alargada por un gran moño, su cara tenía la palidez de los espíritus y de la barbilla le salían unos grandes pelos negros; sus ojos eran grandes, claros, uno de ellos extraviado y amenazador cuando se la contrariaba. O sea que era una bruja como hecha con ordenador, casi virtual. No tuvo hijos y más de alguno dudaba de su auténtico sexo. En realidad se la denominaba Macaria por ser la mujer de un pobre albañil llamado Macario. Su verdadero nombre era Encarnación y nunca se la vio recibir visitas de familiares, o sea que hasta en esto parecía una mujer misteriosa, como venida de otro mundo.

La Macaria curaba toda clase de enfermedades utilizando como instrumental un muñeco articulado que tenía sentado en el balancín del salón. Para sus invocaciones utilizaba un libro escrito en latín que, si no me equivoco, eran las Catilinarias de Cicerón. Nunca tuvo problemas con el cura ni con “el régimen” ya que no se invadían competencias. En el fondo, colaboraba de una forma muy económica con la Seguridad Social. Más aún, ella se declaraba católica, iba a misa y decía tener visiones apocalípticas sobre La Puebla que se convertiría en un pedregal cuando ella faltase. Al morir asistida por sus vecinas, perdonó la destrucción de La Puebla.

En tiempos anteriores, a la luz de la fría luna de Invierno, hacía con sus adeptas procesiones, que tenían carácter de invocación ó rogativas acompañada de las postulantas casaderas para que lloviesen novios y que, como pedir no resultaba caro, pedían de duque para arriba: Oficiante Macaria: “Te casarás con un Duque” Contestaban todas: “Dice la Macaria”. Oficiante Macaria: “Los Ángeles del Cielo”. Contestaban todas: “Te harán la guardia”. La música de estribillo y coro, era la de la letanía de Todos los Santos.

La afición de La Macaria al latín y a las cantinelas de la Iglesia probablemente le venía de haberse criado entre curas, ya que su madre había sido casera  y no se recuerda haberle oído mencionar nunca a su padre.

Doña Encarnación Celaya murió en la década de los años 60. Fue en su comportamiento cotidiano una mujer muy normal, simpática y con cierta clase de superioridad. Cuando no brujeaba, se dedicaba a coser ó bordar, sentada en el Portal, mientras sus gallinas y gallos picoteaban por la plaza y alrededores. Le tocó vivir una viudedad larga y difícil, en un lugar y en una época en que los Rappel y Aramis Fuster que en el mundo han sido, no se hubieran comido ni un plato de acelgas de los que a ella nunca le faltó.





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