Autor del artículo: Pedro Bardají Suárez
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Olivar de La Plana de Casa Feliciana de La Puebla de Castro. Olivos de la variedad Albá o Albar (Albareta). Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
El olivo es sin
duda el árbol más representativo de la cultura mediterránea. Su capacidad de
supervivencia y de rejuvenecimiento lo asemeja a una planta prácticamente inmortal.
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Olivar de San Roque de
Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Pasear por uno de
los olivares bien cultivados de La Puebla de Castro, entre árboles centenarios, constituye una experiencia casi mística. Algunas viejas oliveras parecen ancianos
venerables de cabellos plateados, con cicatrices y arrugas marcadas por la
vida, con un musgo sobre la corteza
que al tocarlo, tan tobo, tiene uno la sensación de estar acariciando a un
mamífero al que solo le falta hablar.
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Las variedades de
olivo que se encuentran en la Puebla de Castro son: Injerto (Empeltre), originaria, según los expertos, de Alcañiz
(Teruel) o de Pedrola (Zaragoza); Verdeña;
Cerruda, llamada así por su ramaje espeso, cerrado y porte llorón; Alía, poco amarga y por tanto muy apreciada para el aliño tanto en verde
como en negro; Sevillano (Caspolina),
originaria posiblemente de Caspe (Zaragoza), es la más apreciada para aliñar en
verde; Blanca (Blancal), llamada así
por el aspecto blanquecino de sus ramas; Albá o Albar (Albareta); y algunas otras autóctonas y traídas de pueblos cercanos como
la variedad denominada Santaliestra.
La mayoría de estos olivares se han mantenido para el autoconsumo porque, como es bien sabido, “¡no hay como el aceite de
casa!”
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Olivo de
la variedad Empeltre (Injerto) en el olivar de San Roque de Casa Romeu de La Puebla de
Castro. Este árbol ha producido en las dos últimas campañas 80 y 95 kilos netos
de olivas. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
En la Puebla de Castro se dice que “quien coge las olivas antes de
Navidad deja el aceite en el olivar”. Sin embargo suele ser el final de
la recolección de la almendra quien marca el inicio de la campaña de la oliva. En
años en que las heladas han respetado la floración del almendro, la recogida de
sus frutos se alarga hasta finales del mes de noviembre y, a veces, hasta bien
entrado diciembre, desde ahí, sin interrupción, las mantas y maneros (varas) pasan
al olivar.
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Olivera de la variedad Albá o Albar (Albareta). Olivar de La Plana de Casa Feliciana de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
RECUERDOS Y ESCENAS VIVIDAS POR NUESTROS ANTEPASADOS DURANTE
LAS CAMPAÑAS DE LA OLIVA EN EL PASADO SIGLO XX
Había días y ratos bonancibles pero lo habitual era el frio,
la rosada de la mañana, el viento helado, la boira (niebla) bufando y
cubriéndolo todo de blanquinosa espesura y humedad. Un tiempo sin moscas ni
reptiles. El abuelo solía decirle al nieto, “…enséñale el culo a la boira y
verás como la espantas”.
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La boira
(niebla) empezando a cubrir el olivar de San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor
de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
A coger olivas iba toda la familia. Al llegar al olivar el
abuelo cortaba una buena aldiaga (aliaga)
y le pretaba (prendía) fuego para que todos pudiesen
calentarse las manos antes de empezar. En aquellos tiempos nadie usaba guantes
y era habitual pixase (mearse) en las manos para, con la urea de la
orina, evitar que las cortara el frio.
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Las mujeres y los
críos agarraban una cesta y a coger
olivas de tierra (del suelo y de las espuendas) a pizco (a pellizco). Estas
olivas se guardaban en talega aparte, al estar limpias de hojas y ramas no
necesitaban pasar por el aventador. Algunas mujeres para no dañarse los dedos
con pinchazos de barzas (zarzas), hartos y evitar los padrastros de las uñas,
se colocaban dedales de cuero en los
dedos pulgar e índice. Las mujeres y los niños ayudaban también a tender las
mantas en torno al tronco de la olivera.
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Olivera de la variedad Albá o Albar (Albareta). Olivar de La Plana de Casa Feliciana de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
A los hombres les
tocaba el tirar (varear el olivo). Utilizaban palos o varas de urmo (olmo) de
distintas longitudes: el manero curto
(vara corta) de aproximadamente 1’5 m; el manero
de aprox. 2 m; el manero llargo (vara larga) de aprox. 2’5 m; la media percha de aprox. 3’5 m; y la percha de aprox. 5 m y más.
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Varas de olmo para la recogida de olivas. De izquierda a
derecha, percha de más de 5 metros de altura, media percha y manero. Autor de
la foto: Pedro Bardaji Suárez. |
El abuelo y el mocé
(hijo adolescente) se encargaban, desde el suelo, de rodear
el olivo y sacudir con los maneros las olivas de las ramas. Recurrían a la
media percha para las ramas altas y a la percha para las más altas y de más
difícil acceso “¡bim bam… bim bam…!” El padre
subía a la olivera para tirar desde dentro utilizando los maneros. Que
satisfacción tan grande producía ver caer las olivas sobre las mantas, que
hermosura. La olivera se daba por terminada cuando el padre decía: “¡ya
está tirada, ya están todas en tierra!”.
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Los buenos tiradores
(vareadores) sujetaban el manero con el porte y la elegancia de un experto
jugador de billar, mostrando destreza en los toques, golpeando por igual las
olivas de arriba con la punta del manero que las de abajo con el extremo
inferior. Ninguna escapaba a su ojo y toque preciso.
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Olivera de la variedad Albá o Albar (Albareta). Olivar de La Plana de Casa Feliciana de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Las ramas se sacudían y golpeaban
de lado, nunca de frente, para no partirlas y dañar lo menos posible al
árbol.
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
Había olivos que entregaban su fruto con solo mover las
ramas (las variedades Blanca y la Alía), otros en cambio se resistían, había
que competir para que lo soltaran, y mandaban olivas, cual abejas defendiendo la
colmena, bajando con mala intención por
el manero hasta hacer diana en la nariz, en la oreja, en la frente o en el
ojo del tirador (vareador), y escocían lo suyo.
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Olivar de
San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
En todos los olivares de La Puebla de Castro se repetían
miméticamente comentarios como los siguientes: “ya se me ha caíu (caído)
el manero, alcánzamelo…”; “…
alcánzame ahora el manero llargo”; “…
sientes (oyes) lo que te digo, no
tires tan fuerte que mandas las olivas muy llejos”; “… no tires tan cerca con la percha que me vas a tocá a yo (que me
vas a golpear a mi)”; “¡toc!”, “… ya más tocau, para más cuenta
(ten más cuidado)”. A veces el
tirador se obsesionaba con una oliva que se resistía a caer y hasta que no lograba
tirarla no baja del árbol; la mujer que lo veía entretenido le gritaba “¡pero
que fas (haces) que no bajas, no seas moneco y deja está ixa
oliva (deja estar esa oliva)!”.
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Anocheciendo en el olivar de San Roque de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor de
la foto: Pedro Bardají Suárez. |
A la caída del sol
la familia regresaba con la cosecha a casa. En el patio de la vivienda las
olivas se pasaban por el aventadó (aventador)
para desprenderlas de hojas y ramas; restos que luego servirían de alimento a
las guellas (ovejas). Una vez recolectada la cantidad suficiente, al menos 300
kilos de olivas, tocaba ir a molé, es decir, llevarlas a desfé al torno o
almazara, guardar luego el tesoro del aceite en el pozal o cubo del aceite de casa y, para el mes de junio, antes de que llegaran las calores, trascolarlo, en mingua, a ser posible viernes y, sobre todo, en día no nublado.
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Aventador
de olivas junto a báscula, en el patio de Casa Romeu de La Puebla de Castro. Autor
de la foto: Pedro Bardají Suárez. |
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