Autora del artículo: Serafina Suárez Salamero
Publicado en el Libré de las Fiestas de La Puebla de Castro del año 2018
Veamos primero el contexto en el que tienen lugar
los hechos que se narran en el relato “La inocentada al cura” y que ayudarán a
su interpretación.
Los acontecimientos suceden en el año 1945 en La Puebla de Castro.
Solo había un
teléfono para todo el pueblo que se encontraba en Casa Cirilo (Casa Pueo)
en la Calle General Prim.
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Casa Pueo
(Casa Cirilo). Calle General Prim de La Puebla de Castro. Año 1945. Foto facilitada por Casa Gul de La Puebla de Castro. |
No había agua
corriente en las casas. Las mujeres
eran las encargadas de traer el agua, con cántaros, de las dos fuentes del pueblo, la del portal
y la del chinchano, reponiendo
diariamente la “tinaja del agua” de sus casas (hasta 1962 no llegó el agua corriente
a las viviendas). En el relato se hace referencia a que las chicas van a la
puesta del sol (al oscurecido) a buscar el agua a la fuente.
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Fuente
del Chinchano de La Puebla de Castro. Llenando los cántaros, Pilar Permisán González (Pilarín de
Casa Ronda), año 1950. |
Cada casa criaba, en la corraleta que solía estar
en la era, un cerdo destinado a la matacía. Se le alimentaba con pastura, cocinada en un caldero, sobre
el fuego de leña del fogaril de la cocina, caldero al que se echaban restos de
comida, pieles de patatas, panochas de maíz, salvado, tronchos de verdura… Las
mujeres eran las encargadas de llevar la pastura, en una caldereta o “cubo de
la pastura”, al comedero del cerdo. En el relato se menciona a una de las
chicas llevando la pastura a la era.
Eran
tiempos en que la mayoría de las chicas soñaban con la ilusión de encontrar un buen hombre, casarse y crear una familia.
Para poder logarlo, las virtudes de la
chica constituían su mayor galardón, eran su dote personal y su encanto.
Los personajes que aparecen en la historia:
El cura de la localidad: Mosén Antonio Olivera Labazuy. Residía en esas fechas en Casa del Cirujano, cuya dueña era Vitoriana Rami Torres. La vida
cotidiana estaba condicionada por la religión. Mosén Antonio, revestido siempre
con la tradicional sotana, simbolizaba la figura más respetable del pueblo. Era
hombre de genio y de marcado temperamento cuya sola presencia irradiaba
autoridad.
Cirilo Burrel
Pueo: regentaba la tienda
de ultramarinos y el teléfono del pueblo.
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Tienda de Cirilo (Casa Pueo de La Puebla de Castro).
En el Centro de la foto, Cirilo Burrel
Pueo, rodeado de su familia en su tienda de ultramarinos. De Izquierda a
Derecha: su hija Pura Burrel Porta,
su hijo Cirilo Burrel Porta, Cirilo Burrel Pueo, su mujer Florencia Porta Aturiac, y el
sobrino Rafael del pueblo
de Abiego que vivia con sus tíos y trabajaba de dependiente en la
tienda. Este comercio, fundado en 1926, se fue ampliando con artículos de
ferretería, calzado, ropa, etc. Existiendo también una rompedora de almendras
que daba trabajo a unas 14 personas. El negocio lo regentó, junto con su esposa
e hijos, hasta su fallecimiento. Foto facilitada por Pura Burrel Porta y José
Moliner Trell. |
Las jóvenes que realizaron la inocentada: Amalia Ciutad Mora de Casa el Cortante y Serafina Suárez Salamero de Casa
Romeu.
Comienza el relato de los hechos reales ocurrido el
día de los Santos Inocentes del año 1945 en La Puebla de Castro, escrito por
una de sus protagonistas, Serafina Suárez Salamero.
LA INOCENTADA AL CURA.
Lo que os voy a contar, hace años que pasó,
teníamos 16 años. Era el 28 de Diciembre, día de los Inocentes del año 1945.
Dos chicas muy atrevidas pensaron: “¿A quién podríamos engañar este año…?”
Una dijo, “…a Mosén Antonio”. La inconsciente ocurrencia se transformó en
acción. Allá que fuimos. Desde la puerta de Casa del Cirujano llamamos
resueltas: “¿Siña Viturianaaaa… está Mosén Antonio…?”. La Siña Vitoriana
contesta: “Sí chiquetas, está desayunando, ¿qué queréis?”. Respondemos: “¡qué
lo llaman al teléfono!”. Al punto Mosén Antonio deja el desayuno y en
cuatro zancalladas llega a Casa Cirilo: “¿Quién me llama?”. La respuesta del Siño
Cirilo lo deja descompuesto: “¡…ay Mosén Antonio ya l’an engañau, hoy son
los Inocentes!”. Nosotras, a distancia, y con cuidado de no ser vistas,
observábamos la escena desde la Plaza Mayor, asomando escasamente la cabeza por
la esquina de Casa Tereseta. Creo que se nos heló la sangre, con el genio que gastaba
Mosén Antonio, si en ese momento nos pilla yo cuento que nos devora.
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Mosén
Antonio Olivera Labazuy. Foto facilitada por Casa el Cirujano de La Puebla de
Castro. |
De vuelta en Casa del Cirujano y al desayuno que
dejó a mitad, y que el descaro sufrido no le dejó acabar, Mosén Antonio
interroga a la Siña Vitoriana: “¿quién me ha engañau?”. Responde
Vitoriana: “pues mire, han siu la moceta de Romeu y la moceta del Cortante”.
¡Madre mía el revuelo que se levantó en el pueblo! Las
críticas, de boca en boca aún calentaban más el ambiente. Parecía que
hubiéramos cometido el crimen más grande del mundo. El vecindario, aquí y allá,
comentaba escandalizado: “¡que pocas vergüenzas estas mocetas, que
descaradas, ir a engañar a Mosén Antonio, la persona más digna y respetable del
pueblo!”.
¡La que habíamos armado! Estábamos asustadísimas. Pasamos
siete días sin apenas salir de casa por miedo a encontrarnos con Mosén Antonio.
A buscar agua a la fuente íbamos al oscurecido y, a la era, a llevar la pastura
al tocino, bien pronto por la mañana; en fin, un verdadero tormento. Mi amiga
todavía estaba peor, el disgusto le produjo un terrible dolor de cabeza que no
la dejaba levantarse de la cama.
Al octavo día pensé que había que poner fin a tan
angustiosa situación y me decidí a pedir perdón a Mosén Antonio. Llevaba la
pastura a la era con estos pensamientos en la cabeza cuando, llegando a la
mitad del portal, veo a Mosén Antonio salir por el cubierto de Gros. Mi decidida
valentía se tornó en el espíritu de un mosquito. Espantada de verlo agaché la cabeza y,
temblando y sin mirar atrás, escapé a correr con la caldereta de la pastura en
la mano. Llegué como pude, pero a salvo, a la era a dar de comer al hambriento tocino.
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Serafina
Suárez Salamero. |
De vuelta en casa, y recobrado el ánimo, volví a mi
propósito. Recuerdo repetirme en el pensamiento: “¡venga valiente, ve a pedirle
perdón…!”. Esta vez, evitando el efecto sorpresa fui yo quien salí al
encuentro de Mosén Antonio. Lo encontré en el jardín de la iglesia poniendo
arena a un florero. Al verme llegar levantó la cabeza y me dijo: “¿A
dónde vas?”. Yo respondo: “vengo a pedirle perdón”. Él dice: “pues
más vale, porque s¡ no, no os perdono… ¿y la otra buena pieza, dónde está?”.
Yo contesto: “está enferma en la cama con dolor de cabeza”. Él concluye: “le dices que si no viene a
pedirme perdón que se atenga a las consecuencias”. Dicho esto, me dio
una bofetadeta y me fui loca de contenta.
Liberada de la pena, corro a Casa del Cortante,
subo las escaleras y entro como una fuina en la habitación a contárselo a mi
amiga. Allí seguía ella, tumbada en la cama, con su fuerte dolor de cabeza,
repitiendo “estoy muy mala, muy mala, pero que muy muy mala...”. Yo,
recordando las palabras de Mosén Antonio le digo que haga el favor de
levantarse enseguida y de ir a pedirle perdón como yo había hecho. Mi amiga,
tozuda, se resiste: “no iré y no iré, no ves que estoy muy mala…”.
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Amalia
Ciutad Mora. |
Para vencer su negativa utilicé mi intuición y una
pequeña mentirijilla. Le dije que Mosén Antonio me había dicho que de no ir las
dos a pedirle perdón, como castigo nos mandaría, el día de Año Nuevo, salir
delante de todos los asistentes durante la misa en el momento de la Adoración
del niño y, delante del altar mayor, a mí me haría sujetar al Niño Jesús y a ella
la bandeja para la colecta mientras los vecinos pasaran a adorar. Mi amiga se
imagina la situación, se lleva las manos a la cabeza y exclama asustada: “¡Ay
Dios mío, que desgraciadas, allí delante de todo el pueblo, tú sosteniendo el
Niño Jesús y yo con la bandeja…!, ¡Qué
vergüenza más grande…!, ¡Pobres de nosotras… ya nunca mos casaren….! ¡Nunca mos
casarén…!”.
Mi artimaña dio resultado. Mi amiga saltó de la
cama y fuimos las dos, arrepentidas, a presentar nuestras disculpas a Mosén
Antonio… ¡¡y nos perdonó!!
Las dos nos hemos casado con dos chicos
maravillosos, mi amiga, Amalia Ciutad
Mora, con Julián Lasierra Marro de
Casa Nuguero; y yo, Serafina Suárez Salamero, con Gregorio Bardají Cajigós de Casa Baldellau.
Todos los años, al llegar el 28 de Diciembre,
recordamos aquel día en que engañamos a Mosén Antonio. Hay vivencias que nunca
se olvidan. Por cierto, Amalia y yo aprendimos a pensar dos veces las cosas
antes de hacerlas, consejo que os recomiendo también para vosotros.