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LOS 30 BESOS DE VICENTE. EN MEMORIA DE VICENTE BURREL GUILLÉN

LOS 30 BESOS DE VICENTE

Matilde Raso Nacenta junto a su esposo Vicente Burrel Guillén. Fotografía propiedad de la familia Burrel-Raso.


Historias de amor en un hospital. Habitación 522

Autor del artículo: José Antonio Almunia

En las habitaciones de los hospitales se narran historias increíbles que te encogen el alma y, al segundo, la expanden por su grandeza humana. Son historias de amor profundo que salen a la luz en momentos de despedida, o de simple reconciliación con nuestras emociones vividas y a veces no explicadas.

En la habitación 522 escuché ayer una de esas historias conmovedoras. Matilde, sentada junto a la cama, cogía la mano de Vicente. Un ictus la noche anterior lo había llevado a ese espacio en el que el tiempo pierde su sentido y los recuerdos se limitan a lo imprescindible. Ni tan siquiera a lo necesario para sobrevivir. En la mirada de Matilde se reflejaban en un bucle las emociones vividas, solo las buenas, esas que te permiten mantener en el notable una convivencia de muchos años. Se reflejaban fiestas familiares, sus hijas construyendo un artilugio mecánico de madera y una rampa para despegar, nietas y nietos inyectando alegría con sus bromas... pero sobre todo se veían sus momentos, los de los dos. 

La noche del jueves, antes de que el ictus sumiera a Vicente en ese estado, colmó de besos a Matilde. “Nunca –confesaba a quiénes la rodeaban– me había dado tantos seguidos. ¿Se estaba despidiendo?”. Y acto seguido susurraba a Vicente al oído el nombre de la última visita como esperando, si no un nuevo beso, si al menos una sonrisa que le indicara que esa conexión de años, todavía existía.

Y entonces, en ese momento, la enfermera al tiempo que controlaba el mecanismo de la tensión arterial y en voz alta –para que Vicente la escuchara– le decía: “Vicente, que te ha venido a ver Matilde”. Y él, por dentro, esbozaba una sonrisa queriéndola besar de nuevo 30 veces.


Autora del Poema: Jaione Irrisarri Burrel

A nuestro abuelo Vicente, 
que encantaba conversar
de creencias e ideales
que le hacían batallar. 

De corazón entregado 
siempre dispuesto a ayudar
a aquel que se lo pedía o
veía necesitar. 

Por las artes y las ciencias 
sentías curiosidad
lleno de esas mariposas
de las que te hacen pensar. 

Y los sueños de grandeza, 
con los cuales cavilar,
dando vueltas pasan horas
tiempo de desayunar. 

Toda la vida aprendiendo 
así quisiste tocar
con tus nietos, el piano,
cuatro manos a la par. 

Qué grandes aquellos días 
que llenaban al vibrar
los pasillos del Mesón
los acordes al sonar. 

Y tú lleno de alegría 
con tan solo escuchar
los ritmos y melodías
por tus nietos al tocar. 

Y llegados a este punto 
comenzaste tú a firmar
la famosa oveja negra
que sentías ser y estar. 

Nunca fuiste el efusivo 
en cuestiones de besar
pero todos lo sabemos
es tu forma de expresar. 

Pero la edad hace mella 
al igual la enfermedad
todo cambia todo queda
y empezaste a acariciar. 

Dando besos y caricias 
hasta treinta sin parar
despedías a la abuela 
compañera sin igual.






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