Vicente Burrel Guillén |
2 de marzo de 2015.
Se nos ha ido, con 89 años de edad, Vicente Burrel Guillén, un amigo.
Autor del artículo: Pedro Bardaji Suarez
En los últimos años tuve ocasión de disfrutar de la amistad
de Vicente Burrel Guillén, “El Mesonero” o “Tío Vicente” como
cariñosamente le llamábamos los de mi generación.
Nacido en El Mesón de La Puebla de Castro el 17 de febrero de 1926 y bautizado en la Iglesia de Santa María bajo la advocación de Nuestra Señora del Camino Fuero, llegó a ser un importante e influyente prócer de La Puebla de Castro. Entre sus negocios regentó “El Mesón”, un patrimonio agrícola, una granja y matadero de pollos, y gestó el embrión de la gran empresa local que actualmente es Copima.
A este hombre trabajador, emprendedor, de visión de futuro,
yo lo he conocido ya jubilado, con algo más de tiempo disponible. Resaltaba su imagen pulcra, cuidada presencia
personal y un saber estar, con gestos de
humildad propios de las grandes personalidades.
Es bien sabido que una
amistad se sostiene minimizando las faltas y cultivando los detalles. Con
Vicente no he tenido faltas que pasar por alto y los detalles fueron continuos.
A pesar de nuestra diferencia de edad, hemos estado encantados, el uno con el otro, de habernos conocido. ¡Cómo echaré en falta nuestras charlas, siempre escasas, a la salida de misa, sentados en el banco de Olivera del portal, junto al fuego en la falsa de Casa Romeu, durante alguna que otra excursión…! Gustábamos de intercambiar libros, nuestras reflexiones de vida y nuestros escritos.
Me decía “puesto que estamos vivos, vivamos”. Y
Vicente vivía, ya lo creo, recordando el pasado sí,
pero sobre todo adaptándose al presente. Era admirable verlo a su edad, 89
años, usando las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Utilizaba el ordenador para escribir
sus reflexiones, memorias y ensayos, y seguía la prensa diaria por internet. De
cuando en cuando enviaba correos electrónicos poniéndome al corriente de sus
últimos escritos o sugiriéndome un imprescindible y crucial artículo que
consultar en la red.
Inventor empedernido.
No podía evitar que su mente focalizara continuamente la búsqueda de soluciones.
A veces el remedio estaba ya inventado, pero él disfrutaba diseñando artilugios
y fabricándolos en su taller o con la ayuda de amigos artesanos. Últimamente
estaba ilusionado con patentar un espectacular y eficaz diseño de asador de
carne.
También era tozudo,
ya lo creo, fiel a su raíz aragonesa. Sus convicciones las defendía contra todo
y contra todos. Había dirigido sus opiniones, su reconocimiento y también sus
críticas a altos cargos de la política, incluida la Casa Real de España, y a
destacados miembros del arte y la cultura.
Gran defensor del
estilo epistolar. Pienso que no habrá ningún miembro de su amplia familia,
ni de sus amigos, que no haya recibido una de esas extensas y entrañables cartas
de Vicente.
Solía firmar algunos de sus escritos con el seudónimo de “la oveja negra”. Recuerdo su carcajada
y su abrazo cuando le regalé la viñeta que expongo a continuación. Vicente la
miraba, se reconocía en la misma, volvía a mirarme a mí y con la palma de su
mano me propiciaba un cariñoso y cómplice golpe en el hombro.
Y el folclore y la música. Fue maestro de canto. Su órgano, sus jotas… vivía envuelto en melodías.
Me hablaba del pasado, de historias que le había contando su
abuelo, que a su vez recordaba las que le había contado el suyo. Conversando con Vicente alcanzaba 5
generaciones atrás; las podía tocar a través de él. Cuando una persona así
se va, perdemos el acceso a un ingente registro de memoria. Por eso es tan
importante escuchar a nuestros mayores y recoger en escritos sus recuerdos.
Este hombre de negocios, intelectual, defensor del clan familiar por encima de las diferencias, fue consciente de que sus días en este
mundo tocaban a su fin. Hombre de iglesia, de firmes convicciones católicas, creía en la continuidad de la vida
tras la muerte. Sus últimos comentarios me evocaron los versos siguientes de
Santa Teresa de Jesús:
“Quíteme Dios esta
carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.”
En nuestra última conversación Vicente me dijo, “Perico, esto va muy rápido, mi
tiempo ya se ha cumplido, pero no te preocupes que no me da ningún miedo la
muerte, tengo ganas de reunirme con los seres queridos que están en el otro
lado, tengo mucha curiosidad por ver lo que hay allí”. Me dictó unos
versos en los que había estado trabajando para incorporarlos al himno de la
Virgen del Camino Fuero y nos despedimos; versos que a continuación transcribo:
“Oh Virgen del Camino Fuero
que aquí impartes tu potestad,
dime el camino más recto
para llegar a la eternidad,
si el fuero juzgo de los romanos
o por el Castro de San Román.”
Mi apreciado Vicente Burrel Guillén ya está viendo lo que hay al otro lado. Hasta pronto amigo.