Autor del Artículo: Antonio Torres Rausa.
Publicado en el Diario del AltoAragón el domingo 28 de Marzo
de 1999.
La Casa de Peralta, actualmente en ruinas, está situada
entre La Puebla de Castro y Secastilla. Grustán es un pueblo abandonado entre
maravillosos acantilados, próximo a Graus.
La Casa de Peralta vista desde La Puebla de Castro. Autor de la foto: Fernando Martín Bravo. |
“Francisco Ximénez de Sant Román, señor y tenente del lugar y
castillo de Peraltilla de La Puebla de Castro, y de los términos y vasallos del
mencionado lugar, tanto masculinos como femeninos, y contando con plena
jurisdicción civil y criminal, alta y baja, de mero y mixto imperio, tanto para
los que entraren como los que salieren de dichos términos…”
Con estas solemnes palabras, literalmente traducidas del
latín, de un documento de 1585, Francisco Ximénez de Sant Román inicia
su defensa de propiedad del castillo y
lugar de Peralta, que entonces se decía Peraltilla (Casa de Peralta), ante los alegatos de legitimidad de don
Juan Bernat de Mur, cuyo padre había muerto cuando tan apenas había
cumplido los 6 años, siendo su madre
Gracia de Mur y de Abizanda.
La Casa de Peralta. Debajo se aprecian los corrales donde se guardaba el ganado. Foto facilitada por Antonio Torres Rausa. |
Desde entonces, hacía ya 40 años, la familia Ximénez había
entrado en la sucesión de la Casa de Peralta, ante la supuesta ilegitimad de Juan Bernat. Su padre se llamaba Bernat de Arcas y era Señor de Grustán. Pero el
haber tomado el apellido De Mur, de su madre, no obedecía, alegaba, a que sus
padres no estuviesen casados, sino a la voluntad de conservar el apellido con
el que, desde tiempo inmemorial, era identificada la Casa de Peralta. Esto
mismo es lo que le decía su tío, Pedro
Arcas, Señor de Lapenilla, persona con la que siempre estuvo muy unido su
padre, con una extraña complicidad que acaso sobrepasaba la de simples
hermanos. ¿Cómo no iban a estar casados legítimamente sus padres, si como le
explicaba su tío, en su bautizo, que
tuvo lugar en La Puebla de Castro, oficiaron 12 clérigos y 12 madrinas?
La Casa de Peralta. La entrada principal. A la derecha la puerta de entrada a la capilla. Foto facilitada por Antonio Torres Rausa. |
Cuando murió su señor padre a los 80 años, Juan Bernat de Mur tenía 6 años, demasiados pocos para poder defender lo que era suyo, pero los suficientes para darse cuenta y poder recordar cómo uno de los hermanos Ximénez amenazaba con crucificar a su madre, ya viuda, si no se casaba con su hermano.
El caso es que, destruida o quemada toda la documentación
que había en su casa, tuvo que esperar treinta y tantos años para reclamar sus
derechos, demasiados probablemente para que no se cumpliera el viejo refrán de
“melior es conditio possidentis” (mejor que usted los posea).
En efecto, don Francisco
Ximénez de Sant Román, Infanzón y Señor temporal de Peralta, en un grueso
volumen de 1585 que hemos encontrado en los archivos de la Diócesis de
Barbastro, contrarresta la legítima reclamación de don Juan Bernat de Mur
con toda una historia que, como dicen los italianos, “si non e vera e bene
trovata” para lograr sus fines.
El grueso volumen comienza aduciendo contra la legitimidad
razones de parentesco, que hacían imposible el matrimonio de Bernat de Arcas con Gracia de Mur y de Abizanda, nada más y
nada menos que su sobrina bisnieta.
En efecto, el hermano de Bernat de Arcas, llamado Pedro de Arcas, Señor de Lapenilla, engendró a Leonor de Arcas que, casada con Juan de Mur, Señor de Peralta (Casa de Peralta), tuvieron a Catalina de Mur, madre de Gracia de Mur y de Abizanda, su esposa
aparente. Así pues, Gracia de Mur y Abizanda era bisnieta de Pedro Arcas y sobrina nieta del que abría de ser su marido a la fuerza Bernat de Arcas. Parentesco muy desigual que, como decía su madre Catalina, Dios nunca
bendeciría.
En este sentido, relatan Juan Plana y Pedro Pocino,
vecinos de Peralta y otros vecinos
de La Puebla de Castro, que pese a
las presiones morales sufridas, doña
Catalina siempre se opuso a que su hija legalizase el penoso amancebamiento
que no por público era más fácil de sobrellevar en una sociedad dominada por
las instituciones eclesiales. Pero como decía doña Catalina, “Dios nunca podría bendecir una relación tan
desigual”, si bien en su fuero interno, pensaba más, sin duda, en el origen
infame de esta relación. Es entonces cuando sus profundos y sombreados ojos,
acaso de tanto llorar, adquirían la terrible fijeza de la resolución inamovible
que el rencor, tragado y digerido lentamente, alimentaba.
La Casa de Peralta vista desde San Gregorio. Autor de la foto: Fernando Martín Bravo. |
Las declaraciones de los susodichos testigos, las de Rodericus Labazuy, infany carlans de Juseu, y las de Pedro Sin, Infanzón y labrador del mismo lugar, que pese a los 70 años bien cumplidos gozaba de una muy buena memoria, hacían justicia a la terca resolución de la Madre.
Era el testimonio
de Pedro Sin acaso el más valioso,
ya que había servido durante año y medio a Bernat de Arcas, y la sazón, señor
de Grustán. Acaso, aunque él no lo diga, le acompañó a perpetrar el delito, ya
que era el confidente de los dos hermanos pasándose el año y medio de servicio
entre Grustán y Lapenilla, Señoríos de ambos hermanos como queda dicho.
LOS HECHOS, según
el cualificado testimonio de Pedro Sin, ocurrieron de la siguiente manera: Al anochecer, cuando el pastor recogía los
ganados en los corrales que hay fuera del castillo de Peralta, bajó la señorita
Gracia de Mur a cerrar la puerta, en el momento que un encapuchado montado a
caballo la cogió del brazo y la hizo subir a las ancas del caballo rodeándola
con una toalla por la espalda, hundiéndose a continuación, a todo trote, por el
estrecho barranco que conduce hacia Graus.
A los gritos de la
niña y cascoteo del caballo, su padre y criados de la casa pusieron en
persecución al jinete y los ochos lacayos con los que iba protegido el raptor,
sin alcanzar otra utilidad que la identificación del malhechor: se trataba de
Bernat de Arcas, Señor de Grustán, viejo conocido y pariente de la casa, hombre
que frisaba ya los 73 años.
Como decimos,
llegados a Graus, se perdió la pista del raptor, que llegó con la niña al lugar
de Albelda, a la casa de Mosén Pou, donde la preñó y donde vivieron como marido
y mujer. Este hecho lo confirma Monserrate
Sagarra, labrador (¿labradora?) de Juseu,
que entonces vivía en Albelda y era
conocedor del rapo habido en la Casa de
Peralta.
Entre tanto, el padre
de la infeliz criatura, Juan de Abizanda,
había escrito al Obispo de Lérida,
no porque supiera que su hija se hallara en Cataluña, sino porque Barbastro era
entonces sede vacante, para que todos
los párrocos estuviesen apercibidos de estos hechos e hiciesen volver a los
huidos a su casa, con la promesa de perdón y de aceptación de la prole si la
hubiese.
El mismo testigo
que los vio en Albelda, pudo
confirmar en testimonio jurado que, pasados seis años, vio a Bernat de Arcas y a Gracia de Mur en la Casa de Peralta, viviendo
como marido y mujer y a Juan de Mur (Juan Bernat de Mur), reputado como hijo y
que se dirigía a sus padres llamándoles “señor padre y señora madre”.
El documento de 1585
no incluye la sentencia definitiva de la legitimidad de Juan de Mur.
PLEITO POR DIEZMOS CON EL ABAD DE LA PUEBLA DE CASTRO D. PEDRO BORRUEL EN EL AÑO 1719.
En todo caso, las dos
familias litigantes, probablemente llegaron a algún acuerdo, sellado con
matrimonio, pues hemos visto el
apellido Ximénez de San Román y de Mur en un pleito que el Abad de La Puebla de
Castro, don Pedro Borruel, mantuvo contra la Casa de Peralta, en
reclamación de trece corderos, correspondiente al diezmo de corderos del año 1719 y en el que se amenazaba con la pena de excomunión
mayor late sententiate al mencionado Ximénez de San Román y de Mur.
Arrogantes infanzones
los de la Casa de Peralta, solariegos de Grustán, verdadero nido de águilas
entre piedras, bravos acantilados y aromas de viagra. Aventureros de dama y
caballo, poco cristianos en el pago de los diezmos.
La Casa de Peralta se
ramificó en Graus, pues en el padrón de Infanzones de Graus, aparece como
tal “Don Carlos Ximénez, hijo de Don Martín Ximénez de San Roman, Señor de
Peralta, Infanzón notorio y público”.