CASTRO EN LA EDAD MEDIA
4- RAMIRO II EL MONJE Y CASTRO
Autor: Antonio Torres Rausa
El apoyo que el Rey Monje recibió de Castro, antes y después de su reinado, fue permanente e inequívoco, tanto a través del Abad y su Capítulo como de sus diferentes Tenentes que estuvieron al frente de esta importante plaza y que, concretamente, fueron Iñigo López, Pere Ramón, García Garcez y el Conde Arnal Mir.
El humilde monje Ramiro ya había sido tentado a ser Obispo de Huesca por su hermano Alfonso I el Batallador. Pensando dejar a su muerte el Reino a las Ordenes Militares, creía el Batallador que su hermano Ramiro, como Obispo de Huesca podría jugar un papel importante como primer consejero del Reino, título inherente a este obispado. Ante los escrúpulos y humildad de Ramiro, fue elegido como Obispo de Huesca Arnaldo Dodón, abad de la Peña, en tanto que Ramiro fue destinado a la sede de Roda-Barbastro, enclave importante en las relaciones con los Condes de Urgel y Barcelona y, por otra parte, muy afín a las buenas relaciones que D. Ramiro tenía con los arcedianos de Benasque, Tierrantona y Abad de Castro, los cuales le apoyarían ante el Capítulo de San Vicente de Roda. Tampoco se podía considerar a Roda una sede menor, ya no sólo por suceder al Obispo Ramón, sino porque estaba previsto la conquista de Lérida, plaza a la que se extendería su jurisdicción.
Pero no siempre las cosas suceden tal cual han sido trazadas, incluso por testamento de un poderoso Rey. El 7 de Septiembre de 1134 muere el Rey Alfonso I. García Garcez de Grustán, Tenente de Castro, presidente de la Curia y mayordomo del Rey, en representación de parte de la nobleza que no se siente vinculada a acatar el testamento del Batallador, acude al electo Obispo de Roda para que acepte ser Rey de Aragón y Pamplona como representante más genuino de la Casa de Aragón.
Pero D. Ramiro, que se siente más monje que monarca, quiere tener la total seguridad de que la púrpura que se le ofrece, con todos sus derechos y obligaciones, no quiebra sus compromisos de monje y Obispo electo, sino que, más bien al contrario, supone una suspensión teológica de sus votos, exigida por una circunstancia excepcional y en aras del bien supremo del Reino. Por eso, quiere consultar primero con todos aquellos Abades y eclesiásticos cuyo consejo valora especialmente para, después ó al mismo tiempo, conseguir el mayor apoyo de los barones, pues sin el consenso de estos, su sacrificio resultaría inútil.
En pocos días recorrió las principales plazas, recibiendo adhesiones y vasallajes y concediendo donaciones, como es propio de los Reyes. Acompañado siempre por un alférez, con la lanza y cintas del estandarte real, se personó, en primer lugar, en el Arcedianato de Tierrantona el 8 de Septiembre de 1134, fiesta de la Natividad de Santa María, pasó después a San Victorián, Roda, y bajó a Castro a mantener capítulo con su Abad y los Conventuales. Sería a mediados de Septiembre cuando D. Ramiro llegaría a Castro cruzando el viejo puente sobre el Esera y subiendo por el camino de herradura, el mismo que utilizaban la cincuentena de habitantes que tendría la villa para pasar al monte de El Mon, al otro lado del río. Mientras la cabalgata real se aproximaba, la campana del Abadiado volteaba de regocijo, confundiendo su atiplada voz con el cascoteo de los caballos sobre las peñas. Frente a la iglesia y almenado castillo, en la pequeña terraza, esperaban el Abad, sus cinco conventuales y toda la población de la villa.
Ermita de San Román de Castro. Autor de la foto: Fernando Martín Bravo |
Aprovechó su estancia en Castro para hacer donación a la Iglesia de San Vicente de Roda de tres claveros, según documento que dice “dono ibi ipsos meos claveros que sunt in Rota, pernominatos Pere Galín et Mir Galín, ambos fratres, et Bonuz Vital... Facta ista Karta era Mª Cª IIª, in mense Septembrio in villa que dicitur Kastro”. Pero lo fundamental de su viaje fue el apoyo moral del Abad y su Capítulo, en la misma línea que el recibido, días antes, del Abad de San Victorián y de Ramón de Foratata, Abad de Pano. Debía aceptar la pesada carga de la púrpura real en beneficio del Reino aún teniendo que sacrificar sus votos monásticos, por lo que con la serena fuerza que dá la conciencia bien formada, prosiguió camino hacia Barbastro, donde fue recibido y aclamado por Fortún de Dat. En todos los sitios, salían a recibirlo gran número de caballeros que añadían sus mesnadas y le prometían fidelidad. Desde Castro, ó quizás ya antes, le acompañaba su Tenente Iñigo López que ya no se separaría de D. Ramiro hasta su proclamación en Jaca, el 11 de Septiembre y posteriormente en Huesca, el 20 del mismo mes. En recompensa a sus servicios, D. Ramiro le nombró su Tenente General y en Diciembre del mismo año 1134, estando el Rey en Ejea, le donó la villa de Oso, que está junto a Jaca, con todos sus términos y habitantes.
Cuando el 21 de Octubre, García Ramirez se quiere proclamar Rey en Pamplona, las huestes que lo ponen en fuga en el río Aragón son las que se pudieron reunir en Huesca, complementadas por las de Barbastro, Estada, Naval, Ainsa, Castro, Buil, Lascuarre, Luzás, Benabarre, Monesma, Graus, Pallars, Alquezar y Pano.
El 1 de Febrero de 1135, estando el Rey Ramiro en Montearagón, donó a Pedro Ramón de Estada, Tenente de Castro, el castillo y la villa de Secastilla...”regnante me Dei gratia.....(y entre otros) Enneco López in Napal et in Castro...” (Es curioso que a Iñigo López lo siga titulando señor de Naval y Castro y no de Oso).
A finales de 1136 había finalizado la tregua con los los árabes, los cuales habían ocupado varias plazas del Cinca y del hondo Alcanadre. Convocó el Rey Curia en Tierrantona y bajaron las huestes de El Muro. Los ríos iban desbordados y el puente del Congosto había cedido, por lo que los caballeros tuvieron que bajar hasta la tenencia de Castro, donde el Rey consultó con sus curiales la conveniencia de proponer nueva tregua con el gobernador de Valencia. Ya nos podemos imaginar el revuelo que supondría para la pequeña villa tan florida presencia y los problemas de intendencia que ocasionaría, en parte solucionados con los afamados corderos de Olvena.
El 18 de Marzo de 1137, el Rey llega al castillo de Torreciudad del que es Tenente Galino Ximinones. Aquí duerme y medita sobre el futuro del Reino, que piensa encomendar, mediante alianza matrimonial, a un hombre fuerte y poderoso, posiblemente el Conde Berenguer IV de Barcelona. Aquí, en Torreciudad, dá el castillo de Escanilla y La Mata a las catedrales de Jaca y Huesca, a las que quiere dotar suficientemente para cuando él haya abandonado el poder. “Facta vero carta era Mª.Cª.LXXª.Vª. in mense marcio, in castrum quod vocatur Civitate, regnante me Dei Gratia...Galin Ximinones in Alcala et in praedicta Civitate.”
Boda de Petronila de Aragón con el Conde Berenguer IV de Barcelona. Cromo de la colección de Historia de Cataluña editados en 1932 por la Casa Juncosa |
Finalmente, el 11 de Agosto de 1137, puede realizar en Barbastro su ansiado plan. Dar una segura sucesión al Reino y poderse retirar a las austeras tierras de Roda, imágenes vivas de su alma de monje. En Barbastro, como digo, se producen los esponsales de su pequeña hija, Petronila, de 1 año de edad, con el aguerrido Conde Berenguer IV de Barcelona, con la condición de no traspasar a la Casa de Cataluña el título de Rey, que lo seguirá teniendo él mientras viva y seguirá en la Casa de Aragón. Berenguer será príncipe al casarse con una princesa, de ahí el nombre de Principado de Cataluña.
El primer testigo en firmar tan importante acuerdo es el “comitem Palearensem”, Arnal Mir, Conde de Pallars, que ese mismo mes sería nombrado Tenente de Castro, como queriendo unir los intereses de catalanes con territorios de Aragón. También estaba presente en los esponsales Pedro Ramón , todavía, Tenente de Castro.
Cuando cumplidos sus deberes como Rey, D. Ramiro se retiró a Roda, es seguro que pasaría por Castro, donde tantos recuerdos y apoyos había recibido de su Abad y Capítulo, así como de todos sus Tenentes y, en especial, de su fiel vasallo el Conde Arnal Mir, a quien quiso vincular con la tenencia de Castro.
Abadiado de Castro, siglos de peñascosa paciencia, coronado por la flor del almendro y la humildad del romero, ¡qué buenos consejos y sensaciones diste a nuestro buen Ramiro!