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RECUERDOS DE INFANCIA DE UN CATALÁN: “RAMONITO DEL ZAPATERO”, EN LA PUEBLA DE CASTRO. AÑOS 50.

RECUERDOS DE INFANCIA DE UN CATALÁN: "RAMONITO DEL ZAPATERO", EN LA PUEBLA DE CASTRO. AÑOS 50.

Ramón Areste sopena


Ramón Areste Sopena, "Ramonito del Zapatero"

(Artículo publicado por Antonio Torres Rausa en el Diario del AltoAragón el domingo 3 de Noviembre del año 2002)






Este artículo fue publicado en el año 2002 cuando Ramonito todavía vivía. Ramón Areste Sopena murió en el año 2011.


     Escribir  sobre cosas que uno recuerda, es siempre escribir sobre uno mismo, lo que produce, siempre, un cierto rubor, que disminuye conforme uno se va haciendo mayor. Al final, llegas a la conclusión, que aquellas cosas que tenías tan en secreto en tu corazón, como muy personales y exclusivas, son tan normales y aún comunes que hasta puedes contarlas con la esperanza de que te entiendan.  Todo lo que se pueda decir de la Puebla de aquellos cercanos- lejanos años, se podría decir de cualquier pueblo, lo cual te hace pensar que lo único original y extraordinario es el tiempo que te ha tocado vivir, ó como dice Heidegger, que el ser es el tiempo. Todo lo demás, ya digo que puede ser reconocido por cualquiera que haya tenido la suerte de haber nacido en cualquier pueblo de Aragón y aún de España. Por eso las impresiones de un niño, nacido en una ciudad como Barcelona, que va a pasar los veranos a La Puebla en aquellos difíciles años de la postguerra, que duraron hasta los cincuenta, tampoco nos serán ajenas.


     “Me llamo Ramón Areste Sopena, ó así me conocen en Barcelona, donde nací  en Mayo de 1.944. En esta gran ciudad he vivido, me he casado y he constituido una familia.  Tuve la suerte de que mi madre, y mis abuelos, eran de La Puebla, de Casa el Zapatero, lo que me permitió, en aquellos largos y difíciles años de la postguerra, pasar la totalidad de los veranos  en este pueblo, e incluso un año entero, y porque no, sacarme el hambre que durante el curso escolar pasaba en la ciudad. No es que mis abuelos tuvieran más medios que mis padres, simplemente se trataba de que en la ciudad  todo estaba racionado y, en cambio, en el pueblo era tan simple como ir a la era a por un pollo, ó al huerto a por unas patatas. Bueno, al menos, eso es lo que me parecía a mí.

     El caso es que me reconozco más por Ramonito del Zapatero que por Ramón Areste y en cuanto  tal voy a contar algunos recuerdos de mi infancia en La Puebla. Todo lo de La Puebla imprime carácter, empezando por el nombre. Me llamo Ramonito del Zapatero porque mi bisabuelo fue el zapatero del pueblo, oficio que se transmitió a la casa in “saecula seculorum” aunque las últimas generaciones nada tengamos que ver con los zapatos.



A la izquierda, Ramonito del Zapatero, junto a él, su amigo Ismael de Yardo. Tras la chocolatada de las Fiestas Patronales en la que, con los ojos vendados, tienen que dar de merendar pan con chocolate al compañero. Foto del archivo de Manolito del Zapatero

     La vida en el pueblo para uno que venía de la ciudad era de alucine por la sensación de libertad que me producía. Me levantaba pronto, la abuela me daba una rebanada de pan con vino y azúcar, y camino de la escuela me encontraba con todos los que entonces y durante muchos años formamos una banda, a saber, mis primos Pepito y Esther, Ismael de Yardo, Ramonito Nacenta, Manolito del Carpintero, Juané, Toñito del Portal, Manolito Belló, Alberto Chandomingo y varios más que ahora no recuerdo. Año arriba ó abajo, todos teníamos la misma edad. Ibamos juntos a la escuela, al recreo, y a la salida, a jugar por las eras hasta la hora de comer. Luego, a la escuela y a las cinco, libre para ir a merendar pan con longaniza ó una sardina salada que se conocía con el nombre de “guardia civiles”, por lo tiesas que iban en las cajas. De nuevo a correr por el pueblo ó a las eras, hasta que se hacía de noche. Cenábamos pronto, para ahorrar luz y pronto también nos íbamos a la cama. Las noches de invierno, que son tan largas, íbamos a hacer velada a casa de un vecino con el fin de ahorrar leña. Luego, la visita se realizaba a la inversa. Como se cenaba muy pronto, en la velada se tomaba un piscolabis a base de carne de membrillo, una torteta ó algún postre que había preparado la anfitriona, mientras se contaban historias del pueblo al calor de la lumbre.

     En casa no había radio y sólo nos distraíamos con las habladurías del pueblo y los cuentos que contaba la abuela. El abuelo nunca decía nada, era muy serio pero muy cariñoso y compensaba con sus silencios la musiquilla constante de la abuela. Algunas veces me hablaba de sus andanzas por Francia, a donde había ido a vendimiar junto con otros trabajadores de La Puebla, allá por los años próximos a la primera guerra mundial. El Señó Joaquín, el abuelo de Toñito del Portal, iba a Nissan, mientras que mi abuelo vendimiaba en Bourg- Madame. Iban andando, sin papeles, sin dinero y casi analfabetos y con un  jefe de grupo, el Señó Joaquín que, además, era sordo. Cruzaban de noche el Portillón de Benasque para no ser descubiertos por los guardias fronterizos, para llegar a Bagneres de Luchón al clarear el día, donde se separaban hacia sus respectivos destinos. Cuando el Otoño tiñe de óxido los pámpanos de las viñas, ya estaban de vuelta en La Puebla. Se traían unos buenos francos e incluso injertos de una variedad de uva que se llama “Gabernet Sauvignon”, que hace un vino del color de la cereza. El Señó Joaquín incluso se trajo, al hombro, una bomba de bronce que pesaba al menos 60 Kg., con la que se trasegó durante muchos años el vino de  las bodegas de La Puebla, hasta el punto que al hombre le quedó el mote de “cal pompiá”. Peor fue lo que se trajo mi abuelo Ramón, que fueron sus ideas republicanas, las cuales le llevaron al exilio, precisamente en Bourg-Madame donde tuvo que quedarse con toda la familia dos años, a consecuencia de haber ganado las derechas las elecciones del 23.

     Durante todo el año la abuela criaba un cerdo. Lo compraban lechal, barato, y para su alimentación, en el hogar de fuego -se cocinaba con leña- había colgado de un gancho una perola de hierro a la que iban a parar todo lo que no se comía la familia, pieles de patata, panochas de maíz, salvado, los tronchos de la verdura, el agua de fregar los platos, todo. A este mejunje le llamaban pastura y todo el día hacía chup-chup en el fuego. Por la mañana ó tarde, según, se llevaba en un cubo al cerdo, se abocaba en un comedero y el gorrino se ponía como un quico.

     A mitades de Noviembre hacían fiesta grande con la matanza.  Preparaban en la era una especie de banco, cuchillos bien afilados, un gran fuego y mucho agua hirviendo. Agarraban al cerdo entre dos ó tres hombres fuertes y otro clavaba un gancho en la barbilla del cerdo y a rastras, en medio de unos berridos terribles,  del puerco, lo tumbaban en el banco y el matarife le clavaba el cuchillo en la garganta, haciendo que se desangrara.

     La fiesta de la matanza del cerdo ó del mondongo, era tan importante que aquél día los niños no íbamos a la escuela. El maestro y el cura lo veían con buenos ojos ya que era obligado llevarles un presente que, como puede imaginarse, consistía en las mejores excelencias del cerdo. El rabo y la vejiga eran para el más pequeño de la familia. Con la vejiga, una vez inflada, jugábamos al fútbol a falta de balón y el rabo me lo asó mi abuela para un desayuno que recordaré siempre.

     En el pueblo pasé un año estupendo. Recuerdo que iba a la escuela, en la que sólo había una habitación y en la que estaban todos los alumnos, grandes y pequeños. Era una sala grande en la que al fondo había una especie de tarima con la mesa del maestro, un mapa de España colgando de la pared, otro de Europa de antes de la segunda guerra mundial, con una Alemania sin dividir, un crucifijo y las dos fotos obligatorias, tamaño poster, de Franco y José Antonio. (1)

     El maestro daba clases por turno, primero y más rato, a los mayores, y después y ayudado por los grandes, a los pequeños. Allí aprendí bastante, pues dentro de lo que cabe, la educación era buena.

     Aún recuerdo que un día, estaba sentado en un pupitre de aquellos de madera con banco incorporado y con tapa de madera inclinada para escribir y que cerraba un cajón para guardar los libros, cuando vi en el pupitre de delante a Cirilo, un chico de casa bien (2), de 9-10 años, que estaba sacando punta a un lápiz con una hoja de afeitar y le pregunté: “Qué haces con la gillette?” Se lo dije pronunciando la gi de Girona, una sola l y terminando en t. Entonces me miró con cara de mala leche y me contestó “joder con los catalanes, sólo falta que vengan a enseñarnos a hablar. Se dice gillette -con gi de Gijón, doble ll y tte-. Todos sois igual de cabrones” este fue el único problema que tuve con el idioma. Así acabó la bronca y aunque siempre hemos sido amigos, recuerdo la anécdota muy significativa de toda una época.

     A pesar de que había una gran estufa de leña que siempre estaba encendida y con las paredes al rojo vivo, en la escuela hacía mucho frío. Dentro íbamos con abrigo y con las mismas prendas salíamos al recreo a la era Andrés, donde a base de dar patadas al balón entrábamos en calor.  Cuando teníamos necesidad de ir al retrete, aunque en la escuela había uno con tabla y agujero de caída libre, el maestro nos mandaba a lo que se llamaba “las casas espaldadas”, que era un trozo de pueblo derruido donde se echaban las basuras. El maestro, que por lo que ahora pienso debía ser un maricón integral, tan pronto nos baldeaba el culo hasta que no podíamos sentarnos, como nos achuchaba a besos como arrepintiéndose del destrozo. El caso es que aprendimos mucho y, al final, nos protegíamos el culo poniéndonos la cartera debajo del pantalón.

Moto B.S.A. año 1950

     Los Domingos por las tarde, salíamos a la carretera a vigilar a los novios que salían a pasear ó a lo que las circunstancias permitiesen. Además, de tanto en tanto, pasaba un coche lo cual no dejaba de ser noticia. A este respecto, recuerdo que un día, Paquito de Tellé y su amigo Pepe del Chalé, tendrían unos catorce años, sacaron a la carretera una “B.S.A.”(si no me equivoco, matrícula Z-2692) que había en casa Tellé, aprovechando que sus padres habían ido a Graus. El caso es que se quedaron sin gasolina y como no pasaban muchos coches, pararon al del Obispo de Barbastro, el cual les preguntó: ¿saben vuestros padres que estáis aquí con esta moto? A lo que les respondió Paquito: “No solamente  lo saben,  sino que nos estarán esperando ya preocupados para ir a coger almendras”. Entendiendo el Obispo que era una cuestión de urgencia, ordenó al chofer que les diese dos litros para sacarlos del apuro, y no se si les creyó del todo, pues el caso es que al llegar al pueblo la anécdota era ya de dominio público y a ambos les estaban esperando sus respectivos padres con un buen palo”.

Notas:

1) En muchas escuelas de la postguerra española, por desidia, falta de medios, ó por no querer reconocer la derrota de nuestra admirada Alemania, se seguían utilizando los mapas anteriores a la partición.
2) Era hijo de Casa Cirilo, la única tienda de La Puebla. Algún bromista en lugar de decir La Puebla de Castro, decía La Puebla de Cirilo.
Nota de Antonio Torres Rausa:Ramonito del Zapatero, que me ha enviado éstos y otros recuerdos de La Puebla, vive actualmente en Barcelona, y Paquito y Pepe, pese a no haber logrado engañar con catorce años a todo un Obispo, que era D. Pedro Cantero Cuadrado, el que sería Arzobispo de Madrid y Consejero del Reino, han llegado, como es lógico, muy lejos en sus respectivas negocios.






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