HILARIO SALANOVA CARRERAS Y CIRILO BURREL PUEO.
Vicente Burrel Guillén |
Autor del artículo: Vicente Burrel Guillén
Escrito en Abril de 2005
Publicado en la Web de la Familia Burrel: www.telefonica.net/web2/jbjrrel/
y en el "Libré de las Fiestas" de La Puebla de Castro de 2010
Por aquellos
años que se implantó en España la II
República, italianos y abisinios andaban en la disputa bélica
reconocida mundialmente como la guerra
Italo-Etíope.
No
es que pueda contar gran cosa de dicha discordia en cuestión porque mis ocho o nueve años que entonces contaba,
no daban para más, y las noticias no se repartían con la abundancia de
ahora. En mi caso, recogía al vuelo las que se desprendían en los comentarios
de los mayores de mi entorno.
De la parte italiana, Benito Mussolini era coreado como el máximo representante en
el ámbito internacional. Por
Abisinia, el recién coronado Emperador
Halie Salessie, conocido igualmente por El Negus. De su historia se dice, que al frente de sus tropas
les dio algún que otro disgusto a los italianos. Total que sea por
valiente, por terrible y más si cabe, por su color moreno, se ganó cierta
reputación belicista.
Así las
cosas, tenemos de la parte Etíope al Emperador (Negus), defensor de su Patria, ó bien de su casa, y al nuevo
aspirante a “Cesar Mussolini” de rival agresor, que según parece
conquisto; Abisinia, Etiopía y Somalia, quizás en la intención de rehacer
el Imperio Romano.
Esta efímera
victoria sobre unos países subdesarrollados, poco la disfrutó nuestro flamante
conquistador. Circunstancias adversas y su engreimiento, llevaron al
fascistoide de don Benito pocos años más tarde, a terminar colgado boca
abajo de un árbol, en la plaza Loreto de Milán. Pero
esta, ya no es nuestra historia.
El chismorreo
ó rumor que percibían mis oídos, me inclinaba a identificarme en favor
del ejército italiano. Pero de todos modos ni tenía edad para hacer
crítica, ni hubo espacio en el tiempo para ello, porque al momento estalló nuestra Guerra Civil. Aquí, y
ahora, ¡La cantidad de cosas que había para anotar! Los nuevos
acontecimientos a las puertas de casa, me hicieron olvidar el lejano conflicto
Italo-Etíope, y por muchos años, no supe en qué había quedado
el asunto. Desde ese momento, ya me dediqué con febril entusiasmo a apuntar
sucesos en mi recién abierta página en blanco, cuidando mucho de no
emborronar. Me olvidé de la Italo-Etiope, y si no arrojé el tema
definitivamente al baúl del olvido, fue por la siguiente causa que merece punto
y aparte.
Pocos días
hubieron de transcurrir desde aquél 18 de julio, para acreditarse de “Famoso”
el II Negus de mi episodio. Y si
digo episodio no es decir por un decir. ¿Cómo interpretar la paridad de los dos
Negus, el uno en Abisinia y el otro aquí en el vecino pueblo de El Grado?
Si las
calamidades suelen sucederse juntas, los conflictos deben de permutar a tres
bandas, porque al intentar esclarecer el lío de los dos primeros, tropiezo de
bruces con un tercero. Un tercer
Negus, más antiguo en sus hazañas, que los dos anteriores. Este es el más
viejo de los tres. Se trataba ni más ni menos, del cabecilla rival de
nuestra mal llamada Guerra de África
-de Marruecos más concretamente- el
caudillo Abd el-Krim, causante
del desastre de Annuan, quién se había
(ó le habían) colgado el San Benito de El
Negus.
El año 1.926 de mi nacimiento, y en
colaboración Franco-Española, se hizo la paz en ambos protectorados de
Marruecos. En los ocho años siguientes hasta el 1.934, en que sitúo el inicio de mi historia, lógicamente es
imposible que tuviera constancia de lo ocurrido. Es a partir de los ocho o
nueve años cuando según crecía mi persona, pareja en el tiempo se desarrollaba
mi curiosidad y ese punto de obstinación innata que siempre me
acompañó. Ahora había que solucionar el intríngulis de los tres Negus, indagando hasta dejar colocados a cada cual
en su lugar correspondiente.
Origen Alcanzó renombre entre los años
1º Negus: Abd el-Krim El
Rif, Marruecos 1.921
- 1.926
2º Negus: Halie Salessie Emperador de Etiopía 1.930 - 1.939
3º Negus: Hilario Salanova El
Grado (Huesca) 1.900 - 1.939
Aclarado el
conflicto, aparcamos aquí los dos primeros Negus, para dedicarnos en exclusiva al de El Grado,
al de nuestro objetivo: al Tercer Negus, y sus
abarcas.
Que nadie se crea que quedan solos; quedan con la tira de innominados sin título, de los muchos Negus que hubo por nuestros pagos republicanos. De entre todos, tan solo hubo un joven atrevido, aspirante por Madrid capaz de disputarle el título nacional al nuestro. Estos dos, que si bien empataban a puntos, no llegaron a dirimir la final por no haber acuerdo sobre el terreno de juego. En el campo madridista imperaba la afición comunista, y nuestro Negus, que siempre estuvo comprometido con los anarquistas catalanes, sospechaba del arbitraje y no sin motivo. Por las mismas fechas, en Madrid se dejó la vida, su correligionario Buenaventura Durruti.
De estos
antecedentes se desprende que el apelativo Negus, llevaba suficiente morbo y
carga explosiva para infundir pavor entre el personal civil que no fuera
políticamente de su misma opinión y agrado. Y para demostrar su
animoso proceder, nada mejor que arremeter contra los curas, que
además de no ofrecer resistencia eran fácilmente conocidos y reconocidos por
todos.
Por la
psicología sabemos que al criminal solamente le repugna el primer asesinato, o
sea que todo es empezar, y cuando las circunstancias le son propicias, pues
miel sobre hojuelas. A matar tocan, si amas á mas, se hacen méritos y
credenciales para ascender rápido en el escalafón de la política, más radical.
Como primera
referencia de nuestro III Negus, cabe citar que su nombre de pila
fue Hilario Salanova, que Nació en El Grado, (Huesca) un día del 1.900, y que por lo mismo en 1.921, tuvo que
incorporarse a filas, a cumplir con el Servicio Militar obligatorio predicho a los 21 años para todos los varones españoles. Por el consabido sorteo
su destino le llevó a África.
Ya en
Marruecos, nuestro joven “aspirante a Negus de El Grado”, quiso la
casualidad que coincidiera su destino en
la misma compañía de Alejandro; otro recluta
de La Puebla de Castro, copartícipe en el funesto sorteo que los mandó
a la guerra de África. A partir de ahora, ya podían compartir camaradería de
paisanaje los dos para el tiempo de permanencia en filas con sus nombres
propios. Alejandro por Alejandro y Hilario como Hilario (Todavía sin título de
Negus) No hay constancia que intervinieran ninguno de los dos
en acciones bélicas.
Por nuestro
convecino Alejandro, conocemos de su conducta en el cuartel no demasiado
edificante, si se equipara con la norma habitual de vida, de las que por
entonces en nuestra tierra se decían gentes
de orden, por honestas, laboriosas y respetuosas en todos los
órdenes. O sea, una excepción y no precisamente en el buen sentido. Así, quiero
imaginar que la disciplina cuartelera, quedó insuficiente para supeditarlo
al reglamento y guardar las ordenanzas de un soldado ejemplar. Conste que este
apunte son suposiciones mías, en la intención de predisponer al lector para
los episodios siguientes. Además, el tal Alejandro tampoco se pasó de
explícito en el comentario; se limitó a insinuar que,
precisamente, no fue un derroche de virtudes que se diga.
Pasado el
aciago 1.921, fueron a mejor las cosas por África, y supongo que estarían
activos en el ejército dos ó tres años. Lo siguiente pretendo situarlo
por el año 1.926, cuando ya licenciados nuestros soldados estaban en sus acomodos civiles
organizándose la manera de luchar por la vida.
En ello
estaba Alejandro, al frente de un
pequeño establecimiento comercial que le habían montado sus padres, cuando
un buen día se le presenta en la puerta
Hilario Salanova, el paisano de la mili (todavía con nombre
propio), sin el apelativo de Negus. No se habían visto desde el cuartel en África,
y es de imaginar el pasmo entre ambos paisanos de la mili, aún imaginando que
entre ambos el trato diario en el cuartel no pasaría más allá de ser
de complacencia por lo del “paisanaje”. Las diferencias éticas
respectivas entre ambos no podrían dar para muchas alegrías más.
Hilario: ¡Hombre,
querido Alejandro! ¡Qué gusto de volver a verte! No sabía que
te habías hecho comerciante; ¿Pues no eras barbero?
Alejandro: ¡¡Caray!!
con nuestro célebre Salanova, tu gusto es el mío,
¡Quién había de contar ahora contigo! Alguien me dijo que si andabas por
Barcelona. Pues sí, mira, en estos
pueblos chicos, si se quiere pervivir, hay que hacer un poco de todo. Y a ti,
Hilario ¿qué te trae por aquí?
Hilario: Mira,
he subido a buscar trabajo
aquí en las obras del Pantano de
Barasona, y me han dado faena para mañana mismo. Aparte del gusto de
saludarte, me alegra mucho haberte encontrado porque necesito unas cosas para
emprender la tarea. Lo más urgente son un
par de abarcas como esas que tienes ahí de muestra; previniéndote, que
no te pagaré hasta que no cobre la primera semanada.
Alejandro: ¡Hombre!,
Salanova, faltaría más... Mira, ahora yo estoy empezando de
comerciante, lo que conlleva una estricta economía inicial. A ser sincero y
franco contigo te diré que más de la mitad del género que hay en la tienda está
pendiente de liquidar con los proveedores, pero tú ya me conoces quién
soy, voy a proceder del mismo modo contigo. ¡Y todavía mejor! Estos artículos
que te llevas te los regalo para que tengas un buen comienzo y para que te
sirvan de recuerdo mío. Pero claro está; esto me lo puedo permitir una vez,
porque de reincidir muchas veces, puedes comprender que luego liquidaría
el negocio.
Tan sofisticada
manera de quitarse “de delante” al futuro cliente, que sabía le daría problemas
de cobro antes o después, por fuerza tenía que hacerse rentable, pero jamás se
podía imaginar que terminaba de cerrar el mejor negocio de toda su
vida. Quizás porque Alejandro hacía norma de no hablar más que lo justo,
es el caso que nunca le oí comentar si había vuelto por la tienda el
amigo.
Delante, mirando a la cámara, Hilario Salanova Carreras, en el Frente de Aragón. Año 1936 Foto de Agustí Centelles Ossó |
Terminaron las
obras (sin su colaboración, por supuesto) del llamado políticamente “Pantano de Barasona” para la derecha, o “Joaquín Costa” para las izquierdas,
según que mandaran unas circunstancias u otras, en las distintas
veces que se le ha rebautizado. Por cierto que los dos nombres le encajan a cual mejor y se me hace raro, aunque
sea por una sola vez, ¡tanta cordura entre políticos! Veamos: sin el término de
“Barasona”, imposible hacer el pantano, por lo menos donde está. Y tampoco sin
el esfuerzo, la tenacidad y, por qué no a mayor gloria si cabe, de la
constancia de Don Joaquín Costa y Martínez. De no haberse construido
entonces, y si exceptuamos la salvedad que en su momento no hubiera
ordenado construirlo el Generalísimo Franco, al día de hoy estaría
tan pendiente de construcción como su homólogo el de Campo.
La semana
pasada, estando en Graus de obligada
espera, frente al logrado monumento
a D. Joaquín, apoyado en el vallado anterior que protege estatua,
fuente y surtidor, estuve largo rato pensativo, notando desfilar por mi memoria
la historia de nuestro singular Republicano. Trataba de encauzar su sentir, su
razonar y la manera de ver su entorno social en el contexto de su tiempo, y
trasladarlo paulatinamente, año por año a través de las vicisitudes y
vivencias transcurridos en España, durante los 94 años pasados
desde su sentida muerte.
Por fin,
tirando con el bagaje de su gran epopeya hasta agobiar mi reflexión, llegando
al día de hoy, al momento actual de incertidumbre para nuestra España, me desbordó la emoción, y, por no llorar sentí
la necesidad de rezar, siquiera sea una oración por el descanso de un alma
tan generosa y grande, de republicano único y sin igual, desde los tiempos
de Pericles. Ni soy un rezador nato, ni creo que él tenga necesidad de mi
oración para alcanzar tan merecida gloria, pero
recé. Recé por él, por España y para que Dios nos proteja a todos; y
en el intervalo de una y otra oración, divagando
mi pensamiento, me hice esta pregunta: “¿Si
al día de hoy Costa levantara la cabeza, qué haría?”. Para su
constitución temperamental, sólo habría un remedio; ¡volverse a la sepultura al
ver tanto miserable suelto!
De algún
consuelo le serviría en su tránsito al otro mundo siquiera saber
terminado su Canal de Aragón y Cataluña. Ambos sucesos acaecieron en el mismo
año 1.911, y, dada su postrera enfermedad, dudo que lo hubiera visto en
servicio. Ahora por lo tanto, cuando faltan seis años para conmemorar tan merecido
centenario de ambos eventos, y si en el próximo 2.011 hubiera un Gobierno
responsable, que de verdad sintiera algo por España, tendría
oportunidad de demostrarlo con una efemérides a escala nacional. De
lo contrario continuaremos... con su: “Señor...
¡Hominem non habeo! Señor... ¡Populum non habeo!”
Que
me perdone el posible lector, pero es que también
tengo una venilla temperamental que a veces me saca del tiesto
y me desvía de lo esencial de este relato. - “Ya me gustaría extenderme un poco más con Vd., don Joaquín, pero no se
me enfade, que le he hallado otro apartamento más digno para usted. Usted está
y estará para siempre en el apartamento
de los Justos”
Pues a
lo que íbamos. Le perdimos la pista a
nuestro Negus desde el tema de las abarcas, se embalsó el pantano sin su
colaboración, se instauró la II
República, y ahora nos lo imaginamos ajetreado a tope en Barcelona,
pertrechando los preliminares de la Revolución de Asturias de octubre del 1.934, que también estaba programada
para la Ciudad Condal. Pero, vista que tuvo el tío. Al primer estampido
que le llegó a oídos, se refugió
con su grupo en un agujero que resultó ser el Metro. Allá quedó a la
espera de acontecimientos “ignorante” de que los
mineros asturianos las estaban pasaban canutas frente a las Fuerzas de la
República. Estimó más prudente escarmentar en cabeza ajena y servirse
para lo sucesivo como de lección eficaz de táctica militar frente al
enemigo: retirarse ordenadamente a tiempo, reagruparse escondidos y
fortalecerse para luego atacar por la espalda.
Como diecinueve
largos meses habrían de pasar sin ocupación, y sin cobrar el paro, que esto es
peor, hasta encontrar un nuevo trabajo. Después de aquella chapuza de
levantamiento, que, no obstante y por desgracia, se saldó con 800 ó 1000
muertos según distintos historiadores, pasó
a formalizarse en serio nuestra Guerra Civil. Y es aquí y ahora
cuando le llegó su crucial momento a nuestro Negus. Y no precisamente
destacándose dando el pecho con los milicianos brigadistas que enviaron de
Cataluña al frente de Aragón para conquistar Huesca y Zaragoza. Ya se ha
visto que su talante bélico se correspondía más bien con la defensa y
protección dialogada en la retaguardia. En suma, que tampoco fue un
miliciano equiparable con los legionarios de ¡Viva la muerte!
No pretendo
entrar en los pormenores ocurridos en los primeros días del levantamiento,
demasiado sabidos desgraciadamente, ni después de tanto tiempo pasado,
desenterrar ahora muertos, como algunos pretenden. Cumplieron con su designio
en la vida y se deben dejar descansar en paz. Que participen ellos también de
la paz que nos dejaron con su muerte. A la Historia es a quien corresponde
perpetuar el recuerdo, para quienes necesiten o gusten cursar la lección. Para
el grupo de la comunidad y aún para las familias de los que dieron su vida por
nuestra paz, se hace necesario e imprescindible distanciarse en el tiempo. Para
orarles y recordarlos, nuestra Iglesia Católica instituyó un día al año, el de
Difuntos.
Lo que
en el mes de Julio de 1936 empezó
como una revolución, en un par de meses tomó carácter y atributo de guerra. En
estos preliminares, el Alejandro de
nuestra historia estuvo detenido durante
dos o tres semanas con un grupo de media docena de personas más,
por considerarles presuntos fascistas, por cierto en una
situación un tanto ridícula de presos, porque les pasaban la comida desde sus propias casas sus mujeres y la guardia estaba compuesta por los mismos vecinos,
entre quienes bien pudieran existir ciertas amistades, cuando no deberse
favores. Supongo que si los presos tenían ganas de salir, los guardianes tenían
más prisa de soltarlos para atender la próxima vendimia. Así que tan pronto los liberaron, Alejandro regresó a su tienda, que ya no volvió a
abrir puerta por entonces porque se
la decomisaron para la recién creada Colectividad
Agraria.
En estos
trámites andaba cuando un atardecer de finales
de septiembre llaman a la puerta de su casa. Y ¡Sorpresa... sorpresa! De
nuevo reaparece nuestro Negus,
pero esta vez, con todos los atributos y sus correspondientes mayúsculas,
suplido de gorro cuartelero, barba descuidada, subfusil, cartucheras y una
pareja de escoltas también armados. Ni que decir tiene que a nuestro Alejandro le resultara difícil encubrir
el sobresalto, pero se sobrepuso con disimulo. Tras el saludo de rigor como
viejos amigos, el visitante, muy correcto, pidió permiso para entrar en su
casa, indicándole al séquito que aguardaran fuera.
Alejandro: ¡Hombre,
Hilario! ¿Qué te trae por aquí esta vez?
Hilario: Pues mira, esto… (el Negus
saca del bolsillo una nota con una lista de personas y se la muestra a
Alejandro). Hay alguien que no te quiere bien, ni a ti (Alejandro encabeza la
lista), ni a los otros tres siguientes, que lógicamente no sé quiénes
son. A ti, porque te conozco, de sobras sé que no eres ni remoto
peligro para nuestra causa, ahora para los otros tres restantes, debes responsabilizarte
tú, o al menos asesorarme de que no se trata de algún avispero de fascistas
peligrosos para nuestros ideales. De lo que tú me informes y me aconsejes
dependerá la suerte y la vida de esos otros. Y esto que quede entre
nosotros dos.
Alejandro: Bueno,
me pones en un buen lío, pero sería ingratitud de mi parte no
corresponder a tu franqueza y a la causa que representas. Pero no sé qué
decirte, me parece que no es para tanto, siendo que estas personas, por
lo menos yo no las tengo por peligrosas en ningún concepto. Son catalogados de
izquierdas, bien que republicanos, tal vez socialistas, aunque en ningún caso
creo que estén asociados a una determinada causa en particular. Son
agricultores propietarios de sus tierras que cultivan ellos directamente
y con no poco esfuerzo sustentan dignamente su familia sin ayuda de
criados o jornaleros. Justamente casas de un par de mulas, pero de izquierda,
que por más decir mantienen relaciones amistosas con todo el vecindario. Quizás
por causa de que en este momento se está tramitando la organización de la
Colectividad, este tema no sea de gusto y conformidad para ellos y se lo tomen
a mal los promotores, quienes con la mejor intención la impulsan en el
deseo de que fuera comunitaria de toda la vecindad de La Puebla. Ya hubiera
querido para mí ser de izquierdas como ellos, pero por hacer la voluntad de mi
padre que me pidió el voto para corresponder a cierta atención de un amigo en
las últimas elecciones de febrero voté a la derecha, cuando jamás había votado
a nadie, ni yo, ni ninguno de nuestra familia.
Hilario: Vale... Vale. No me digas más,
habremos hecho viaje de balde, pero me voy satisfecho y contento por haber
correspondido a aquél favor que nunca olvidé. Y a su vez doy por bueno tu
informe en relación con esos convecinos, que de no ser por ti veníamos
dispuestos a cumplir con nuestro compromiso de darles el último paseo. ¡Salud camarada y próspero futuro!
Alejandro: ¡Salud y buen viaje! Me siento muy
correspondido, amigo Hilario.
A P E N D I C E
Al escribir
este relato sucedido en La Puebla de Castro durante las primeras semanas
del Alzamiento Nacional, querría dejar en claro que el tal Alejandro de nuestra historia
Corresponde a Cirilo Burrel Pueo,
conocido como tal en la Villa y en toda la Comarca.
Fue
bautizado con los nombres de Alejandro y Cirilo. El segundo nombre,
tal vez por ser el santo del día o por ser más breve, le quedó como oficial de uso diario, afanando
el puesto al primero, a extremos que tanto por su familia en su
casa como en toda la demarcación siempre fue conocido por Cirilo, e inclusive él mismo siempre se
firmaba como tal. Solamente cuando fue a
cumplir el servicio militar, en atención al rigor de las ordenanzas,
durante el tiempo que estuvo en filas, allí no hubo más que Alejandro Burrel Pueo, y como tal lo
conoció Salanova, quién más tarde,
tras alcanzar la triste fama como el III Negus de nuestro relato,
habría de salvarle de morir fusilado.
Queda pendiente
de aclarar el nombre de los otros tres
convecinos de la lista quienes juntamente con Alejandro debieron de ser cargados al camión por
nuestro III Negus de las abarcas en aquél fatídico atardecer para “darles el paseo” (palabras al uso de entonces). Se
trataba de Pedro Suarez Serena,
nacido en Casa Suarez y casado en Casa
Romeu, Joaquín Portella, nacido
en Torres del Obispo y casado en Casa
Campón, y José Sánchez, de Casa Gaspá. Estos tres vecinos, de Izquierdas
y Republicanos, se resistían a formar parte de la recién constituida Colectividad
Agraria gestionada por anarquistas,
pues no compartían la ideología anarquista, no estaban de acuerdo con sus
líderes en el pueblo, y disponían de un patrimonio y hacienda que podían
defender por si solos. Mantener esa posición les convirtió en “peligrosos” para
la causa anarquista. En el pueblo, los propietarios de ideología de Derechas,
se apuntaron todos a la Colectividad, por miedo a represalias. Resulta curioso
que estos tres vecinos, de ideología de Izquierdas, afectos al gobierno de la
República, se opusieran en un principio a la Colectividad, y que fuera Alejandro
Cirilo Burrel, de Derechas, quien les salvó. La Colectividad terminó por
imponerse a todos los habitantes de La Puebla de Castro.
Actualmente me
considero como único valedor de la memoria descrita, porque los de mi anterior
generación tiempo hace que pasaron a mejor vida. Unos catorce años de edad
debía yo tener y entre personas de edad me hallaba, cuando mi tío (Alejandro
Cirilo Burrel Pueo) relataba su odisea. Tal vez por el cariño que siempre
sentí por él, quién además fue mi padrino de pila, el caso es que su
episodio hizo tal impacto en mi sensible imaginación de niño, que jamás lo
olvidé.
Ahora es
oportuno recordarlo para que sucesivas generaciones de nuestra sociedad
pacífica y noble de por sí, eviten escuchar cantos de sirena que pretendan
sustraerlos de nuestras raíces, con promesas ambiciosas de alcanzar la
felicidad terrenal. Esta reseña, también propicia a reflexionar con cierto
optimismo sobre los condicionantes del
alma humana, que en determinadas ocasiones hasta las más extraviadas y
equivocadas, pueden demostrar altruismo y grandeza espiritual.
El posible
lector puede tomar por cierto lo antedicho con la seguridad debida que se requiere
al transferir datos para la historia de unos hechos transcurridos hace 70
años. Por la misma razón, llegados a este punto, y por si alguien tuviera
algo que objetar, se hace obligado identificarme como Vicente Burrel Guillén, un sobrino carnal de los muchos que
tuvo el Alejandro-Cirilo
de la narración.
Nuestra villa,
La Puebla de Castro, en el tiempo de
referencia contaba de hecho como 700 u 800 habitantes, cifra que permite
conocerlos a todos en sus familias correspondientes. En los años siguientes a la dictadura de Primo Rivera se politizó el
ambiente a extremos alarmantes dando origen a los graves resultados que se
llegó. Así ocurrió que en las elecciones
de febrero del 1.936 se conocía perfectamente quiénes votarían a derechas o
izquierdas. Fueron muy pocos los que quedaron sin votar, con la excepción
de dos familias de herreros que se abstuvieron porque el significarse por uno u
otro bando podría dañar sus intereses de cara al cliente. Por conocer el status
social de las economías locales de las tres casas de izquierdas, únicas que
concurrían en las mismas circunstancias, y algún etcétera más, bien las podría
señalar con sus correspondiente nombres sin temor a poner la mano en el fuego
como vulgarmente se dice En cambio siento reparos en divulgar posibles
inexactitudes, y más si cabe cuando todavía hay descendientes en sus herederos
Como punto
final solo me resta añadir que recientemente he conocido dos
señores mayores en El Grado en distintas ocasiones, que han coincidido en contarme que el tal Hilario estuvo en la Legión y que
se pegó un tiro en un dedo para librarse. Que tanto su familia como su casa
están desaparecidas y quién era el mayor de los dos añadió que, estando
cumpliendo el Servicio militar en Barbastro, le subía a El Grado los fines de
semana y que cada vez lo hacía con distinto coche.