Antonio Torres Rausa |
D. JOSEPH FARO, PRIOR DE TORRECIUDAD
del 22 de Septiembre de 1794
al 10 de Julio de 1796.
Autor del Artículo: Antonio Torres Rausa
Publicado en el Diario del AltoAragón
el día 10 de Agosto de 2005
En anteriores escritos sobre La Puebla de Castro y Torreciudad, hemos hablado de curas y priores santos e, incluso, mártires. Son las vidas que antaño tanto interesaban como ejemplos vivos a seguir. Para desgracia de los tiempos actuales, son “las crónicas marcianas” las que más entretienen al personal. La que presentamos en este artículo, está totalmente documentada y no procede de Marte, sino de un hijo de La Puebla de Castro que con una vocación muy dudosa, fue sacristán de la Colegial de La Puebla de Castro y Prior del Santuario de Nuestra Señora de los Angeles de Torreciudad.
Lápida de laTumba de Jose Faro en la Iglesia parroquial de La Puebla de Castro. Autor de la foto: Pedro Bardjai Suarez |
Especial interés merece, el severo ritual y exquisitas formas en el nombramiento eclesiástico que contrastan con la conducta entre delictiva y picaresca del personaje. No cabe duda que, en este caso, el Sr. Obispo fue muy mal asesorado, pero en cambio, reaccionó con gran celeridad al destituirlo poco después de un año de haberlo nombrado Prior perpetuo.
Nuestros dirigentes políticos actuales podrían aprender de este Obispo, Don Agustín de Abbad y Lasierra, nacido en Estadilla y dotado de un carácter muy enérgico (autor de obras tan importantes como “Historia de Puerto Rico”, “Relación de la Florida” escrita por encargo del Conde de Floridablanca para defender los derechos de España sobre aquellos territorios).
Castillo Torre y el Santuario de Torreciudad. Autor de la Foto: Serie Documental Aragón el Viaje Fascinante |
NOMBRAMIENTO E INVESTIDURA
Había nacido en La Puebla de Castro. En aquellos tiempos, la carrera eclesiástica era una salida muy digna y provechosa tanto para aquellas familias que no tenían especiales recursos económicos, en cuyo hijo sacerdote encontraban un apoyo social y aún económico, como para las familias acomodadas que, en base a la creación de Capellanías y Beneficios aseguraban a sus hijos segundones un puesto de cierto relieve en su mismo pueblo natal. Por lo que veremos, el caso de D. Joseph Faro participaba de ambas circunstancias vocacionales, es decir, ninguna vocación para clérigo.
En Diciembre de 1.787, nos lo encontramos haciendo inventario de los objetos, ornamentos y alhajas recibidas como nuevo Sacristán de la abacial de La Puebla de Castro. Tendría 23 años, poco más ó menos. Su hermano Antonio, se constituyó en fiador suyo “con todos sus bienes, rentas muebles y sitios habidos y por haber”. Tal era la norma canónica para todos los clérigos que recibían alguna responsabilidad de tenencia ó administración de bienes, particularmente los Sacristanes, norma, por lo que se verá, muy sabia y que gracias a ella las iglesias han podido conservar el rico patrimonio de sus antepasados.
Virgen de Torreciudad. Autor de la foto: Eduardo Nó |
Joaquín Esplugas, notario de S.I. le acompañó al salón llamado “del trono”. Por el ceremonial, casi tan majestuoso como el de su ordenación, comprendió que se trataba de algo importante. Después de un breve y formal saludo, empezó el acto el Sr. Obispo:
“Nos Don Agustin de Abbad y Lasierra, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Barbastro, del Consejo de su Majestad...:
A nuestro amado en Cristo Don Joseph Faro, Presbítero, natural de La Puebla de Castro y beneficiado de su Iglesia Colegial de esta nuestra Diócesis de Barbastro, salud en el Señor.
Los loables informes que de vos habemos oído a personas fidedignas nos mueven a haceros esta gracia; y es que por cuanto habiéndonos rogado encarecidamente el Ayuntamiento del Lugar de Bolturina, nos sirviésemos nombrar un vicario perpetuo para la Casa y Santuario de Nuestra Señora de Torre-Ciudad existente en los términos de dicho Lugar, con residencia en ella e independiente en un todo del rector de la Iglesia parroquial del mismo, proponiéndonos para inclinarnos a diferir a su solicitud los muchos inconvenientes y graves perjuicios que se han seguido en dicho Santuario por las ausencias que ha causado la precisa mutación de sus Priores naturales, estando bien penetrados de la verdad de este informe, provehemos a aquella como se pedía, otorgándose para dicho fín de diferentes Bienes y sitios, capaces de producir anualmente con sus frutos el valor de ciento y once libras y diez y seis sueldos jaqueses, ó más, pero imponiendo a dicho Vicario la obligación de haber de acudir siendo llamado a dicho lugar de Bolturina para confesar a cualquier enfermo que lo pidiese y para asistir a cualquier enfermo que lo pidiese y para asistir a cualquier función de entierro, contribuyéndosele con la Caridad o Propina acostumbrada.... y habiendo elegido y nombrado en tal Vicario a Vos Don Joseph Faro, aceptando dicho nombramiento nos habeis suplicado os conferiésemos la Colación (investidura) de dicha Vicaría. Por tanto, condescendiendo con dicha súplica, usando de mi autoridad ordinaria, constándonos como nos consta de vuestra aptitud y suficiencia, en la mejor forma que de derecho ó en otra manera, os la conferimos y colamos con todos los derechos a ella tocantes y pertenecientes y de la misma manera os damos la investidura presencialmente mediante la imposición del bonete sobre vuestra cabeza hallándoos humildemente postrado a nuestros pies... Y porque habéis prometido y jurado en nuestro poder y manos in péctore sacerdotis la obediencia y reverencia a Su Santidad, su Santa Sede Apostólica, a nuestros Vicarios Generales...de conservar y no deteriorar los bienes y rentas de dicha Casa Santuario... mandamos a cualquier presbítero ó clérigos y a cada unos de ellos in solidum os den y pongan en la verdadera, real, actual y corporal posesión de aquella...”
Ya de camino hacia La Puebla, leyó y releyó el documento de nombramiento. Pensó que demasiada retórica para ciento once libras y diez y seis sueldos. Pero estaba contento pues el cargo era de perpetua misa y olla y con otros gajes que sus ojos vivarachos empezaban a vislumbrar, le permitiría una cómoda subsistencia y aún ser generoso con su numerosa familia de La Puebla.
Por su parte, el Señor Obispo debió pensar: "Al fin, hemos encontrado una solución permanente para Torreciudad"
Por su parte, el Señor Obispo debió pensar: "Al fin, hemos encontrado una solución permanente para Torreciudad"
TOMA DE POSESIÓN
No era cuestión de perder el tiempo, y al fin, púsose de acuerdo con el notario de La Puebla, D. Ignacio Ferrer y Romeo, y el beneficiado organista, Mosén Antonio Ferrer, para tomar posesión del cargo.
Iría con ellos, como testigo, Felipe Lasierra, estudiante, y allí acudiría como segundo testigo, Alberto Turmo, infanzón vecino de Artasona. Quedaron para el día 14 de Octubre.
La Posesión era un acto solemne, pero así como en el nombramiento y colación el personaje importante era el Obispo, aquí la figura central sería él, que tomaba lo suyo “corporalmente y realmente”. ¡Cómo le gustaban estas palabras!
El camino que separa La Puebla de Torre-Ciudad, apenas cuesta recorrerlo una hora, por lo que se fueron a pié, si bien acompañados de un burro para llevar las viandas, vino y otros manjares, con los que Mosén Joseph quería agasajar a los asistentes. De todo ello se encargaba su hermano Antonio.
En amena conversación cruzaron el llano que va hacia Ubiergo y, dejando éste a la derecha, cogieron el desvío que serpentea hacia Bolturina y Torre-Ciudad. Bolturina es un pueblo muy bien protegido por la montaña de “Las Serrafinas”, que sigue el puerto de San Roque, y está confortablemente recostado mirando hacia el Oriente. La plaza que está frente a la Iglesia, con su nogal de piel de elefante, es un lugar muy aireado en Verano y soleado en Invierno. Invita al caminante a echar una charradeta con los viejos que tienen abonado el lugar, pero ellos iban a lo que iban, por lo que dejaron Bolturina a la derecha y, una vez pasado el corto plano que cruza el cogote de “Las Serrafinas”, divisaron en la hondonada, entre rocosos acantilados que perfila con su cinta azul el río Cinca, la pétrea mole del castillo-torre, y el viejo caserón del Santuario. Al fondo, según se mira al Norte, la Peña Montañesa, que es como la cabeza donde termina el Pirineo del Sobrarbe, sin el habitual turbante blanco de nieve que viste en Invierno.
Camino de La Puebla de Castro a Torreciudad. Vista de la antigua Torre de señales y del Santuario de Torreciudad una vez pasadas “Las Serrafinas”. Autor de la foto: Pedro Bardaji Suarez |
Llegados a la puerta del Santuario, salió a recibirlos un Ermitaño, quien se hizo cargo del burro y lo acomodó en el corral que está a la izquierda, en el exterior, bajo la galería.
Entonces, como queda escrito en el acta notarial, “pareció Don Joseph Faro, Presbítero, y presentó al dicho Mosén Antonio Ferrer las antecedentes letras de Colación de la Vicaría perpetua de dicha Casa y Santuario...y con ellas le requirió le diese la posesión de dicha Vicaría perpetua, a que se ofreció pronto, y en consecuencia tomó (Mosén Antonio) a dicho Don Joseph Faro la mano derecha y lo introdujo en dicha Iglesia y condujo al altar mayor, que es de Nuestra Señora, donde dijo la oración “concédenos. etc.”. de allí lo condujo a la sacristía donde abrió y cerró los calajes; registró los ornamentos y cáliz, de allí condujo al Confesionario, en que se sentó; e hizo otros actos y cosas denotantes la verdadera, corporal y real posesión de dicha Vicaría; todo lo cual se ejecutó de día, alta, pública, pacífica y quietamente, sin contradicción de persona alguna....”
Signó el documento Ignacio Ferrer y Romeo, notario y vecino de La Puebla de Castro y con las autoridades Apostólica y Real etc. etc.
JURAMENTO DE OBEDIENCIA
Si la fuerza del derecho está en la forma, la liturgia es la fuerza de la Iglesia, por esto, la Iglesia, que es desconfiada por naturaleza y cree más en Dios que en los hombres, es barroca en las exigencias rituales. Para ejercer como Prior, todavía le faltaba realizar la Profesión de Fe y el Juramento de Obediencia.
Detalle Virgen de Torreciudad Autor Jose Antonio Duce |
Para cumplir con este requisito, bajó Don Joseph a Barbastro, según un documento que dice. “En Barbastro a diez de Diciembre del año mil setecientos noventa y cuatro, ante el Ilustrísimo Sr. D. Gerónimo Aquilón, Presbítero canónigo magistral de la Santa Iglesia de dicha Ciudad... Vicario general interino... Don Joseph Faro, presbítero, habiendo presentado las letras de Colación y acto de Posesión que anteceden, hizo profesión de la fe y juró su obediencia en forma....Y para que conste lo certifico y firmo.”
DESTITUCIÓN
Pese a tanto rito cuasi sacramental, la vicaría perpetua de D. Joseph no duró más que año y medio, aproximadamente. La Iglesia puede ser muy paciente y comprensiva con sus clérigos, siempre y cuando éstos, si no castos, al menos, son cautos. Pero D. Joseph tenía una lujuria de tigre, y no se puede cabalgar sobre sus lomos mucho tiempo sin correr graves riesgos, y éste fue el de su sustitución fulminante a mediados de Julio del mismo año del Señor de 1.796.
Lo más penoso fue el auto celebrado el 4 de Septiembre, ante el notario visitador del Obispo y testigos. Lo demás le importaba poco, pues todo el mundo sabe cuán flaca es la naturaleza humana. En realidad, él ya había renunciado al Priorato, ante las graves acusaciones y presiones del Sr. Obispo, por esto, tampoco esta vez entendía a qué fin servía tanta parafernalia. Pero hubo que celebrar el auto pues las formas son la fuerza del derecho.
Las acusaciones que el notario de visita, Don Joseph Ayllón, en nombre del obispo, le notificó en el mismo Santuario de Torre-Ciudad, no parecían tan graves, pues ya se sabe que, a diferencia de los testigos, los juristas no se entretienen en pelos y señales y demás groserías que son propias de plebeyos y gente que no sabe latines. Lo que temía más, eran los testigos.
Se le acusaba de que “no sólo malversaba, enajenaba, y disipaba las limosnas con que los fieles contribuían por devoción y caridad a Nuestra Señora, invirtiéndolas en su propio provecho, en el de sus parientes, manteniendo a unos en el propio Santuario sin destino, ni utilidad ninguna de éste, ya dándoles de las limosnas y frutos que colectaba, ya llevándoselas a sus propias casas; sino que también ha causado muy mala nota con el trato demasiado familiar y sospechoso con Raymunda N, Casera ó Ama que se trajo al Santuario, a quien hacía dormir en su propio Cuarto... lo que ha dado motivo a los Pueblos de la comarca a la mala opinión y concepto que han formado en la administración de las limosnas y bienes del Santuario...., de su poca prudencia y religiosidad con que administraba el Sacramento de la Penitencia.... y otras circunstancias, etc. etc... por lo que mandaba comparecer a declarar ante S.S.I. al Ermitaño, ó Ermitaños y demás Dependientes de la Casa que hubiesen vivido en ella en el tiempo en que fue Prior dicho D. Joseph Faro, y bajo la religión del juramento digan lo que supieren sobre estos particulares... mandó y firmo, de que doy fe”.
Santuario de Nuestra Señora de Los Ángeles de Torreciudad. Autor de la foto: Pedro Bardaji Suarez |
Efectivamente, fueron los autos y las declaraciones de los testigos, lo que más incomodó a nuestro personaje, tanto por los detalles de su lujuria que detallaban las sirvientas ó mujeres que no habían consentido, que por lo que sabemos eran muchas, como los testimonios abrumadores de sus ermitaños a los que tanto había maltratado y castigado, especialmente el de Antonio Franco, natural de Secastilla, que al menos una vez a la semana debía ir cargado como un burro y a pié hasta La Puebla para llevar las mercancías en que trapicheaba el Prior: velas, aceite, vino y otras mercancías que con gran esfuerzo, recaudaban los ermitaños por esas tierras de Dios. Decisiva para su destitución fue “que en el Santuario mantenía a siete parientes y una casera con su hijo, en gravísimo perjuicio del Santuario, pues les daba muy buen trato, sin embargo de ser poca la utilidad que de ellos resultaba, y que se ocupaban la mayor parte del tiempo en bailar y cantar y tocar instrumentos, y a los ermitaños, que eran los que llevaban el trabajo en hacer colectas de las limosnas por los Lugares y mantenían con ellas el Santuario, los trataba ásperamente cuando llegaban; y al declarante, en todo el tiempo que le sirvió, sólo le dio una chupa, un par de calzones, y otro par de alpargatas, sin darle más salario, ni dinero alguno en recompensa de su trabajo.”. etc. etc. En parecidos términos se expresaron los otros testigos, hombres y mujeres, incluido el alcalde y párroco de Bolturina, que omitimos por no sobrepasar los folios de esta colaboración ni poner más colorado, si esto fuera posible, al inculpado.
Celebración de la Misa en Santuario de Nuestra Señora de Los Ángeles de Torreciudad. Autor de la foto: Pedro Bardaji Suarez |
Especialmente demoledor fue el testimonio de Joaquina Sopena, vecina de Artasona y que fue contratada para las labores de coser y limpieza del Santuario: La declaración de esta mujer, fluida y espontánea, fue directamente al grano:
“Que por el mes de Septiembre del año antepasado, vino a dicho Santuario una mujer llamada Raymunda, natural de Puidecinca, casada en Labuerda, cuyo marido estaba, por sentencia, destinado al Servicio de las Armas; Que cuando vino dicha Raymunda a Torre-Ciudad, había en él varias gentes de Puidecinca y otros pueblos, a quienes oyó murmurar de que el Prior iba todo el día siguiendo por todas partes de la Casa a la mencionada Raymunda. Que dicho Prior Mosen Joseph Faro llamó a parte a la declarante, y la dijo que buscase medio de separar de la cocina y del patio a aquellas gentes para que no notasen qué tenía que hacer con la mencionada Raymunda. Que entonces la declarante tomó el pretexto de tener que barrer la cocina, y el Patio para que las gentes que allí estaban, se fuesen; Que hecho esto el dicho Prior Mosen Faro se retiró a su Cuarto con la Raymunda a la que vio salir de él, después de mucho rato, toda despeinada, componiéndose la red y pañuelo, y que de el Cuarto del Prior, vio que se subía a los Cuartos altos con mucha priesa y disimulo para que no la viesen...
Que pasado algún tiempo, vino la dicha Raymunda a servir de Casera al Santuario, y que ésta tenía la cama en el mismo Cuarto de la Declarante, a la que mandaba el Prior después de cenar que se fuese a acostar, quedándose él con la Raymunda en la Cocina, ó en su Cuarto. Que la Raymunda solía acostarse unas noches a la una, ó las dos horas después que ella, que otras noches no subía, e infiere se quedaba en el Cuarto del Prior, porque habiendo llamado la Raymunda a la Declarante por un criado, para que bajase, y ejecutándolo, la halló en el Cuarto del Prior, en su cama, desnuda, muy alegre y risueña;...”
Interior del zaguán de la Ermita de Torreciudad. Autor de la foto: www.torreciudad.org |
El caso es que, el 10 de Julio del mismo fatídico año de 1.796, desde su nueva Parroquia de Mediano, nos volvemos a encontrar a Mosén Joseh Faro, reclamando por lo judicial a su sucesor en Torre-Ciudad, D. Alberto Sampietro, el ajuar personal y privativo que había tenido que abandonar por la precipitada renuncia.
El auto le permitió recuperar sus bienes en el plazo de seis días. Estos se reducían a: “unas cortinas indiana histiada, dos almohadas llenas de lana, dos delante camas, uno de indiana, otro de xándula, una mesa con sus tapetes indiana, tres sillas mascobrá, doce sillas de anea, dos colchones, un estante para libros, dos cuadros, uno de San Ignacio y otro de San José, un burro y un cerdo”.
Después de todo, tampoco había robado tanto, pensó. Otra cosa eran los excesos de la carne que la edad, una mayor prudencia, ó por qué no, un sincero arrepentimiento, se encargarían de moderar en su nueva parroquia de Mediano.
Vista Aérea de Torreciudad en su entorno natural. Fotógrafo Jose Luis Nuñez. Piloto Viecente Brieba |
COROLARIO Y ARREPENTIMIENTO
Como hemos dicho, este desagradable auto, especialmente condimentado con los testimonios de los testigos, no suponía más que una prueba “a posteriori”, de que el acto de renuncia al Priorato, instado por el Obispo, estaba bien justificado.
Como hemos dicho, este desagradable auto, especialmente condimentado con los testimonios de los testigos, no suponía más que una prueba “a posteriori”, de que el acto de renuncia al Priorato, instado por el Obispo, estaba bien justificado.
En cuanto a su actitud, tenía la piel de su cara bien curtida y colorado lo había estado siempre como la garnacha de Secastilla, por lo que, aparte de aguantar estoicamente el chaparrón, como quien da a entender un cierto arrepentimiento, nada podía alterar su ceño fijo, casi de cicatriz, de hombre del Somontano.
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Vista aérea de Torreciudad. A la derecha, el Santuario actual y a la izquierda, el antiguo. Autor de la Foto: Serie Documental Aragón el Viaje Fascinante |
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