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MARIANO SERENA "BORBÓN": SACRISTAN Y CAMPANERO

Mariano Serena Garuz "Borbón"


NOTAS  SOBRE UNA CONVERSACION CON
MARIANO SERENA GARUZ “BORBÓN”:  

SACRISTAN Y CAMPANERO.

12 de Noviembre de 2011

(Autor del artículo: Pedro Bardaji Suarez)




          En su larga vida de monaguillo primero y luego de sacristán, dio servicio a unos 15 curas. Antes de la guerra civil recuerda a Francisco Trell, Manuel Arnal Esforzado y José de Mur, cura que fue de Torreciudad. Después de la guerra destaca, entre otros, a Mosén Franco, luego dos curas vascos que llegaron desterrados “¡qué bien pedricaban!” dice. Continúa la lista, Mosén Félix, Mosén Tomás, Mosén Antonio Olivera, Mosén Jaime Mozas, Mosén Antonio el cura comunista y, finalmente, el actual, Mosén José Mairal.
En Casa Borbón. Año 2012.
Detrás:
Mariano Serena Samitier, hijo de Mariano "Borbón";
De izquierda a derecha: 
Mosén Ángel Noguero, párroco de Benabarre y grupo,
Mosén Luis Lasheras, párroco de Cajigar y grupo,
Mosén José Mairal Villellas, párroco de La Puebla de Castro y canónigo de la Catedral de Barbastro,
Mariano Serena Garuz "Borbón",
Mosén José Echebarria, párroco de Artasona y Abizanda;
y delante: María Samitier, esposa de Mariano "Borbón".
Autor de la foto: Pedro Bardaji Suarez
  
         Varias generaciones de críos del pueblo, entre los que me encuentro yo, y también mi propio hijo, Pedro David, mientras cumplíamos con la etapa de monaguillos, lo hemos tenido de jefe. Un poco mandón y exigente, como corresponde a todo buen sacristán. Aunque luego solía hacer la vista gorda a nuestras pequeñas fechorías: en cuanto se descuidaba dejando abierto el armario de la sacristía, llegábamos a las formas para consagrar, obleas de pan ácimo, ¡que buenas estaban!, solo cogíamos unas pocas, claro, para que no se notase la falta, o bebíamos un sorbo del vino dulce de misa de la vinajera. Pequeñas travesuras que aprendíamos, por imitación, de los monaguillos mayores, en el momento del relevo generacional.
Mariano Serena Garuz "Borbón" con la cesta del brazo,
junto a Mosén Antonio Olivera y a los monaguillos.
El sacerdote bendice las casas y los monaguillos recolectan huevos cantando:
"ángeles somos del cielo venimos, cestas traemos y huevos pedimos".
         El Siño Mariano disfrutaba de campanero. Los toques, repiques, los impresionantes volteos a brazo, la revisión de los engranajes.  “Borbón” mandaba los sonidos de llamada a misa, al rosario, a duelo por la muerte de un vecino, a arrebato por un incendio o suceso alarmante, el alegre anuncio del inicio de fiestas, el toque del perdido… Aún lleva dentro la añoranza por aquellas cuatro magníficas campanas de la torre. Las fundieron en la Plaza Mayor y las subieron con sogas. Santa Orosia, la pequeña, asomaba a la Plaza Mayor, Santa Catalina miraba sobre el antiguo matadero, Santa Bárbara daba directamente al camino de debajo de la torre, y la más grande, tanto que no se podía bandear porque al dar vuelta los cabezales chocaban con los de Santa Bárbara, llamada la del Rosario, ésta miraba hacia casa Romeu. En la guerra civil, las empujaron y lanzaron a debajo de la torre. Inservibles, fueron arrinconadas en la era del Trujano. Terminada la guerra, el nuevo Ayuntamiento decidió venderlas a un chatarrero de Binefar. Hoy, la torre de la iglesia, acoge las campanas de la derruida iglesia de Bulturina.
Torre de la iglesia de La Puebla de Castro.
Año 2012. Autor de la foto: Pedro Bardaji Suarez
          Recuerdo que en mi niñez, durante unos años, convertimos esa torre en nuestro campo de rivalidad. De un lado “Borbón” y de otro, mis amigos y yo. El Siño Mariano se empeñaba en tener siempre cerraba la pequeña puerta, situada junto al antiguo matadero, que daba acceso a la torre desde la calle; nosotros, los críos, desafiábamos esa barrera y entrabamos. La torre, con su infierné y su laberinto era nuestra fortaleza. Una y otra vez tenía que ser reconquistada. Nuestro mayor desafío consistía en burlar las defensas, llegar al campanario, fumarnos un cigarro, dejar allí las colillas como prueba de nuestra osadía, hacer tocar la campana y correr para que “Borbón” no nos pillara. Estuvo a punto muchas veces, pero nunca nos atrapó. Luego cuando nos preguntaba al encontrarnos por la calle, bastaba con decirle… “nosotros no éramos Siño Mariano, serían otros”. ¡Pues claro que él sabía que éramos nosotros!  El día que los ladrones entraron a robar la custodia, le confesamos todas las argucias que habíamos utilizado para entrar a la torre a pesar de que él, cada vez con mayores medios, atrancaba y bloqueaba la puerta de acceso. Desde aquel día no volvimos a subir a la torre sin su permiso.

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