Mariano Serena Garuz "Borbón" |
SACRISTAN Y CAMPANERO.
12 de Noviembre de 2011
(Autor del artículo: Pedro Bardaji Suarez)
En su larga vida de monaguillo primero y luego de sacristán, dio servicio a unos 15 curas. Antes de la guerra civil recuerda a
Francisco Trell, Manuel Arnal Esforzado y José de Mur, cura que fue de
Torreciudad. Después de la guerra destaca, entre otros, a Mosén Franco, luego
dos curas vascos que llegaron desterrados “¡qué
bien pedricaban!” dice. Continúa la lista, Mosén Félix, Mosén Tomás, Mosén
Antonio Olivera, Mosén Jaime Mozas, Mosén Antonio el cura comunista y, finalmente,
el actual, Mosén José Mairal.
Varias generaciones de críos del pueblo, entre los que me
encuentro yo, y también mi propio hijo, Pedro David, mientras cumplíamos con la etapa de monaguillos, lo hemos tenido
de jefe. Un poco mandón y exigente, como corresponde a todo buen sacristán. Aunque
luego solía hacer la vista gorda a nuestras pequeñas fechorías: en cuanto se
descuidaba dejando abierto el armario de la sacristía, llegábamos a las formas
para consagrar, obleas de pan ácimo, ¡que buenas estaban!, solo cogíamos unas
pocas, claro, para que no se notase la falta, o bebíamos un sorbo del vino dulce
de misa de la vinajera. Pequeñas travesuras que aprendíamos, por imitación, de
los monaguillos mayores, en el momento del relevo generacional.
M |
El Siño Mariano disfrutaba de campanero. Los toques,
repiques, los impresionantes volteos a brazo, la revisión de los
engranajes. “Borbón” mandaba los sonidos
de llamada a misa, al rosario, a duelo por la muerte de un vecino, a arrebato
por un incendio o suceso alarmante, el alegre anuncio del inicio de fiestas, el
toque del perdido… Aún
lleva dentro la añoranza por aquellas cuatro magníficas campanas de la torre. Las fundieron en la Plaza Mayor y las
subieron con sogas. Santa Orosia, la pequeña, asomaba a la Plaza Mayor, Santa
Catalina miraba sobre el antiguo matadero, Santa Bárbara daba directamente al
camino de debajo de la torre, y la más grande, tanto que no se podía bandear
porque al dar vuelta los cabezales chocaban con los de Santa Bárbara, llamada
la del Rosario, ésta miraba hacia casa Romeu. En la guerra civil, las empujaron
y lanzaron a debajo de la torre. Inservibles, fueron arrinconadas en la era del
Trujano. Terminada la guerra, el nuevo Ayuntamiento decidió venderlas a un
chatarrero de Binefar. Hoy, la torre de la iglesia, acoge las campanas de la
derruida iglesia de Bulturina.
Recuerdo que en mi niñez, durante unos años, convertimos esa torre en nuestro campo de rivalidad.
De un lado “Borbón” y de otro, mis amigos y yo. El Siño Mariano se empeñaba en
tener siempre cerraba la pequeña puerta, situada junto al antiguo matadero, que
daba acceso a la torre desde la calle; nosotros, los críos, desafiábamos esa
barrera y entrabamos. La torre, con su infierné y su laberinto era nuestra fortaleza.
Una y otra vez tenía que ser reconquistada. Nuestro mayor desafío consistía en burlar
las defensas, llegar al campanario, fumarnos un cigarro, dejar allí las
colillas como prueba de nuestra osadía, hacer tocar la campana y correr para
que “Borbón” no nos pillara. Estuvo a punto muchas veces, pero nunca nos
atrapó. Luego cuando nos preguntaba al encontrarnos por la calle, bastaba con
decirle… “nosotros no éramos Siño
Mariano, serían otros”. ¡Pues claro que él sabía que éramos nosotros! El día que los ladrones entraron a robar la
custodia, le confesamos todas las argucias que habíamos utilizado para entrar a
la torre a pesar de que él, cada vez con mayores medios, atrancaba y bloqueaba
la puerta de acceso. Desde aquel día no volvimos a subir a la torre sin su
permiso.
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